Uno de los grandes temas de preocupación de los católicos mexicanos es por quién votar en las próximas elecciones del 6 de junio. Nuestra fe tiene el camino correcto.

El 6 de junio es un momento clave para definir algo más que 21.000 puestos. Definir si realmente queremos una democracia o nos desvelan los sueños de una “dictadura perfecta”, como la que dominó buena parte del siglo pasado.

El poder de un solo hombre, de un solo partido, de una ideología, ha demostrado ser un doloroso retroceso a la vida dividida y a la pobreza extendida.

Lo que un católico debe tomar en cuenta no es el mal menor sino el bien posible, aunque sea modesto. Elegir el nombre o el partido que garanticen un mínimo de ética, de decencia, de civilidad, de cercanía con el más pobre.

Un hombre, una mujer que respeten la vida en su conjunto, la familia, el derecho de los padres a educar a sus hijos, la libertad religiosa, el bien de la comunidad.

El mal menor es signo de debilidad; el bien posible, de grandeza de un corazón guiado por el amor a los mexicanos de la morenita del Tepeyac.

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