Por Tomás de Híjar Ornelas
“La libertad sólo reside en los estados en los que el pueblo tiene el poder supremo.” Cicerón
Reprochase a los griegos haber sistematizado la retórica. No dudamos que así fuera, pero tampoco que tal método lo capitalizaran las comunidades que se apoderaron del Mar Egeo, sus islas y litorales, hasta formar un pandemónium del que sólo les salvó el diálogo y la complementariedad.
Para quienes todavía no lo sepan o lo tomen en cuenta, lo que hoy es México nació en 1521 bajo el signo de la ‘conquista’ que protagonizaron los tributarios del señorío mexica, aliándose con el capitán de un grupo, no corto no grande, de expedicionarios europeos que desde 1492 tuvo ante sí elementos para dar el salto grandísimo al macizo continental americano en pos de la ruta transoceánica por el occidente, que sólo hará posible el cosmógrafo Fray Andrés de Urdaneta, OSA, en 1565.
La Nueva España (hoy México) nació como un ‘puente’ cultural único y grandísimo, de ahí que el título ‘Construyendo puentes’, que los obispos de México le han dado a su mensaje del 7 de junio del 2021, al día siguiente de las elecciones intermedias en este país, sea profético pero también un reto.
Dicen los jerarcas de la fe católica en este suelo que la realización más grande de cada persona consiste en procurar “el bien de su prójimo” y trabajar “por el bien de la comunidad toda”; que eso de por sí es “una vocación política”, o sea, “un llamado a vivir con pasión las exigencias éticas para construir una vida comunitaria justa, libre y en paz”.
Empero, al calor de la convocatoria a las urnas que apenas pasó, y de la insólita presencia en México de la Vicepresidente de los Estados Unidos de América, Kamala Harris, que subrayen en su comunicado la vecindad geográfica, la historia y “el futuro regional compartido” sí que es novedoso, y más desde este planteamiento: “la solidaridad entre nuestros pueblos es parte de la recomposición que hoy necesitamos para imaginar un futuro más prometedor para todos”.
En efecto, siendo ahora México el puente de la América empobrecida respecto a la opulenta (¿?), es más que viril y noble que los mitrados aborden, al día siguiente de las elecciones, la cuestión de “la vigencia plena de los derechos humanos de nuestros hermanos migrantes”, quienes más sufren por acá los perjuicios de la violencia, la corrupción, la impunidad y la exclusión, dicen. Y más lo que proponen al respecto: “valorar la enorme riqueza” que cada migrante porta a favor de la construcción del bien común.
Enfatizan luego la esperanza “de que nuestros países puedan trabajar juntos en otros temas trascendentales como son la seguridad, el desarrollo económico, la salud, la defensa de la vida, el cuidado del medio ambiente y la promoción de los más pobres”, toda vez que si algo ha contaminado la suerte de los herederos de la herencia hispana en América respecto a los que no la tienen ha sido eso: los vaivenes del capital y su hipoteca a favor de la ganancia material.
La “mejor política”, dicen los obispos, consiste en atender eficazmente a “lo más débiles y heridos en nuestras sociedades, eliminando sus dependencias y esclavitudes, creando oportunidades para que puedan ser cada vez más protagonistas de su propio destino”, y hasta insinúan, inspirándose en el magisterio del Papa Francisco, el trato digno y justo que merece cada región del globo: “un nuevo modelo de desarrollo, más inclusivo, menos proteccionista, más hermano”, sin muros, con puentes.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de junio de 2021 No. 1353