Por Arturo Zárate Ruiz
Muchos ateos consideran el colmo de superchería el que la Iglesia mantenga que Dios “puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”.
Sería superchería si conocer a Dios sólo se diera según santo Tomás Apóstol, tras directamente tocarle las heridas en las manos y en el costado. Pero también se da indirectamente: se infiere al Creador a partir de su Creación. No hay reloj sin relojero.
San Pablo nos dice “lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad”, y el libro de la Sabiduría nos advierte que “de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor”. En Sabiduría también leemos que quienes niegan a Dios no son excusables, pues, “si han sido capaces de adquirir tanta ciencia para escrutar el curso del mundo entero, ¿cómo no encontraron más rápidamente al Señor de todo?” Que aun, sin necesidad de la revelación cristiana, muchos paganos, como Platón, Aristóteles y Cicerón, supieron de su existencia.
Lo que no quiere decir que no sea necesaria la revelación cristiana ni quiere decir que conocer a Dios, vía la razón, baste y sea sencillo.
Porque algunas pruebas podrían ser endebles cuando otras, sólidas.
Entre las pruebas endebles (que sin embargo aceptan sobre todo algunos racionalistas o idealistas) están, creo yo, las que surgen del examen de los deseos y de las ideas. Algunas personas deducen la existencia de Dios a partir de este dicho de san Agustín (siglo V): “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Concluyen esa existencia porque el corazón “no me podría mentir”, o, por decirlo de otra manera, “si tengo el deseo de Dios en el corazón es porque lo que deseo es real”. Pero se podría decir que hay muchos deseos, que aunque intensos, no prueban que lo deseado sea real, por ejemplo, mi ansia de volar. En cuanto al examen de las ideas, san Anselmo (siglo XII) propuso el argumento “ontológico”: si la idea de Dios es de un Ser Perfecto, entonces no es únicamente un pensamiento, sino que, por perfecto, también existe, es decir, no puede estar únicamente en el entendimiento sino también en la realidad. El problema aquí es que podemos también pensar en un mundo perfecto, pero el mero pensarlo no implica necesariamente la existencia de ese mundo perfecto.
Pedro Abelardo, en el siglo XII, reaccionaría contra este predicar la realidad a partir de un pensamiento o un deseo. Pero al hacerlo, en su libro Sic et non, llegó a sostener que la fe religiosa debía limitarse a “principios racionales”; de allí que, en cierta medida, cuestionase la creencia en la Santísima Trinidad y la divinidad de Cristo.
San Bernardo de Claraval debió corregirlo. De hecho, creemos en la Trinidad y en la divinidad de Cristo por la fe, y no por un razonamiento. Pero esto no quiere decir que la fe y la razón se opongan.
Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) apuntalaría tanto la razón como la fe; la razón, argumentando la existencia de Dios a partir de la realidad visible (eso es lo que ya había hecho san Agustín, siguiendo lo aquí citado por las Escrituras), no a partir de las ideas; y la fe, explicándola y mostrando cómo a su vez ésta da mucha luz a lo que la razón no entiende por sí misma.
Las cinco vías de santo Tomás podrían resumirse así: la realidad finita no se puede explicar por sí misma, por lo cual se infiere un Ser Infinito que da existencia y sostiene lo finito. No vivo yo, ni nadie, ni nada por poder propio. Nadie podemos evitar por sí mismos nuestra muerte, ni el universo mismo. Se requiere de un Quien Es por sí mismo, de un ser Perfecto como lo pensó san Anselmo, que permita la existencia de lo demás. Es entonces que la prueba de san Anselmo funciona, pero especialmente para el Cristianismo. Sólo el Dios cristiano es perfecto, porque es Amor. Y por lo mismo es Uno y Trino, porque de no existir la Trinidad se tendría un Dios ensimismado y no uno abierto al amor de otro.
La luz de la fe entonces ilumina a la razón. Por ejemplo, eso de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, dizque postulados de la Ilustración, no pueden probarse por la pura razón. Sólo tiene sentido ser hermanos si somos cristianos, hijos de un mismo Dios, como dice el Cristianismo (y sólo el Cristianismo).
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de junio de 2021 No. 1353