Por Raúl Espinoza Aguilera
Me parece que todos hemos visto esa graciosa película de Charles Chaplin, titulada: “Tiempos Modernos” en la que hace una sátira de la sociedad altamente tecnológica, pero que se está deshumanizando.
Chaplin trabajaba en una gran industria como obrero. Su trabajo era sumamente elemental. Recuerdo que se encontraba frente a una banda sin fin y pasaban multitud de tuercas y, con un par de herramientas, las iba ajustando. Pero se tenía que poner listo y apurarse porque de lo contrario la banda avanzaba más rápido y no alcanzaba a apretar todas las tuercas
Era lo único que hacía durante todo el día. De manera que, al concluir su larga jornada laboral, le quedaba un acentuado tic de mover sus manos sin parar, como si estuviese apretando y apretando más tuercas imaginarias.
No pasa de ser una broma, pero pienso en muchas personas que acuden a su trabajo cotidiano con aburrimiento o monotonía; o bien, tensos, con estrés, nerviosos y no acaban de encontrar el lado amable, sino que lo consideran un mero quehacer fastidioso. Y están contando las horas para que termine e irse cuanto antes a cualquier otro sitio.
Lo primero que hay que decir es que todos debemos encontrar los aspectos que nos entusiasmen e ilusionen, de manera que todos los días vayamos a trabajar con optimismo y planteándonos metas concretas. Muchas veces en los detalles pequeños se encuentran cosas que debemos descubrir porque nos alegran, nos dan buen humor, paz y serenidad.
No hay que olvidar que un trabajo profesional bien hecho y a conciencia, nos ayuda a crecer en virtudes, como: orden, aprovechamiento de tiempo, constancia, fortaleza, creatividad, ingenio.
Es decir, mientras que producimos algo bien elaborado, a la vez nos está impulsando a mejorarnos a nosotros mismos como personas en nuestros valores y virtudes.
En cierta ocasión, visité la ciudad de Oaxaca y fui a observar con unos amigos cómo elaboraran las ollas y otros objetos con el famoso barro negro y me di cuenta que el alfarero realizaba verdaderas obras maestras. Lo felicité por su labor.
Él me contestó:
“ – Como vengo al trabajo con gusto e ilusión, todo sale mucho mejor.”-dijo sonriente.
Otro aspecto, no menos importante es contagiar a los colegas del trabajo con esa misma alegría y buscar servir a los demás en lo que se les ofrezca.
En otras ocasiones, hay que aconsejar a los colegas o subalternos que no dramaticen los normales problemas del quehacer diario ni se estén continuamente quejando, sino enseñarles a ver lo positivo y aprovechable de cada situación. Incluso de los errores y equivocaciones se puede aprender y sacar una lección.
A veces nos hemos topado con compañeros de trabajo que “todo lo ven negro”, son pesimistas. Se llenan de amargura, están crispados y tienden a ser ácidos o sarcásticos ante los defectos de los demás. De sobra sabemos que esa clase de personas terminan con gastritis, colitis, piedras en la vesícula biliar o problemas del hígado.
Con el buen ejemplo y una sonrisa se puede ayudar a esas personas que sufren inútilmente. Se les puede enseñar a ver –como dicen los ingleses- “el lado luminoso de la nube”. A no criticar ni caer en la murmuración, que no conduce a nada, sino a generar mal ambiente laboral. También en toda empresa hay que tener espíritu de competitividad y afán de superación, pero es fundamental no meterse mutuamente zancadillas –por celos o envidias- ni desprestigiar a nadie.
Otro elemento clave en el trabajo es luchar contra el excesivo individualismo y la hostilidad hacia los demás, creando un grupito separado como un quiste aislado del conjunto. Todos trabajamos por el bien común de la empresa y, por tanto, debe de existir ese ambiente de confianza y camaradería. Para ello, hay que saber comprender, perdonar y disculpar los pequeños defectos que todos tenemos. En otras palabras, ser amables y sociables con todos, sin excluir a nadie, lo mismo que tener capacidad de adaptarse a todos los caracteres.
Considero esencial respetar la dignidad humana que cada persona tiene, en especial, lo relativo a los valores éticos. Fomentar virtudes, como: honradez, honestidad, templanza, solidaridad para con todos, etc.
Reviste, también, gran relevancia el estar abiertos y convivir amigablemente con los demás. De este modo, se combaten las tendencias hurañas y los egoísmos. Algo que se agradece mucho en toda convivencia es evitar los resentimientos, las actitudes altaneras, despectivas; el ser autoritarios, complicados, o bien, no convertirnos en los típicos “aguafiestas” cuando alguien ha conseguido un logro y merece ser felicitado o animado.
Si se es directivo, es necesario aprender a motivar al personal y saber compartir metas comunes para que se ilusionen todos los colaboradores. Como decía Tomás Moro: “Hay que aprender a tener corazón”, tomando en cuenta que los demás no son máquinas ni robots y agradecen todas las delicadezas y atenciones humanas.
En conclusión, si una persona se encuentra relajada, a gusto y contenta con su trabajo, toma buenas decisiones y obtiene mejores resultados. Trabajando todos as en una empresa, hay mayor productividad y se tiene el orgullo de pertenencia a la organización.
Pero el trabajo profesional adquiere su plenitud cuando se ofrece a Dios y se procura realizar lo mejor posible y cuidar hasta los pequeños detalles. De esta manera, nuestra actividad cotidiana adquiere un relieve nuevo, más profundo y trascendente. En acertada frase de San Josemaría Escrivá de Balaguer, se logra “santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar con el trabajo”. Porque esta dignidad de la actividad profesional está fundada en el Amor a Dios. Dicho en otras palabras, “el trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. (…) El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocador por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas” (“Es Cristo que Pasa, No. 48). Fue así como vivieron Jesús, María y José en el taller de Nazaret. San José le enseñó al Niño Dios el oficio de artesano y Santa María se ocupaba de las tareas propias del hogar. La Virgen María y el Santo Patriarca José vivieron en continua presencia de Dios -mientras trabajaban- contemplando a Jesucristo, el Hijo de Dios Encarnado.
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