Por Raúl Espinoza Aguilera
Durante las semanas previas a la Navidad observamos que se despliegan intensas campañas de publicidad con la finalidad de que los comercios vendan más mercancías, pero no se habla del sentido profundo de la Navidad. Tampoco la Navidad nada tiene que ver con el famoso Santa Claus, con su trineo, su blanca barba, su atuendo rojo y regordete, llevando regalos a los niños. Esa figura fue diseñada por un conocido refresco de “Cola” en 1931.
La verdad es que existió San Nicolás de Bari quién vivió en el siglo IV, después de Cristo, su actividad pastoral la desarrolló en la región de la actual Turquía. Fue muy generoso con los necesitados y bastante extendida su devoción. Todo lo demás no es más que leyenda.
Por ello, me ha parecido conveniente escribir sobre la “Natividad (o Nacimiento) del Señor”, cuyo origen se remonta desde que Jesús pasó por esta tierra, durante el Imperio Romano por ello esta palabra proviene del Latín.
¿Qué celebramos realmente en la Navidad? El Nacimiento del Hijo de Dios en Belén. ¿Cuál era su misión? La Redención del género humano y abrirnos las puertas del Cielo, que estaban cerradas desde el pecado original de Adán y Eva.
Me parece que todos recordamos entrañablemente esta fecha porque solíamos con gusto colocar el Nacimiento y el árbol de Navidad. Era típico ir al mercado a comprar, acompañado de los papás, algunas piezas que faltaban como los Reyes Magos, los pastorcillos, material para construir el establo…
Luego, con gran ilusión colocábamos el Nacimiento y las luces que adornaban el árbol de Navidad en la que intervenía toda la familia. Después se hacían las tradicionales “Posadas” y se cantaban villancicos al Niño Dios. También se rompía la esperada piñata ante la algarabía de los chiquillos. Son recuerdos imborrables de la infancia
En algunos lugares, es típico leer el Evangelio de San Lucas, quién es el evangelista que con más detalle relata el Nacimiento de Jesús. Nos impresionaba que hubiera nacido en un establo porque no había lugar para el “Rey de Reyes” y el dueño de todo lo creado. Pasó intenso frío y fue envuelto en pañales dentro de un modesto pesebre.
Los primeros que fueron informados de este hecho portentoso fueron unos pastores que cuidaban de sus ovejas durmiendo a la intemperie. Siempre me ha llamado la atención que Nuestro Señor se fijó en los más pobres y humildes para comunicarles, a través de sus Ángeles, la “Buena Nueva”.
Y, en efecto, tras ir a toda prisa, encontraron a un Niño envuelto en pañales -tal y como les había relatado el Ángel- acompañado de su Madre, Santa María y de San José. Jesús pudo haber nacido en el taller de San José, artesano, con mayores cuidados y sin los rigores del clima. Pero el Señor adelantó los tiempos y quiso que su Hijo naciera en la absoluta pobreza, Desde el pesebre, Jesús nos dio cátedra de su gran humildad, de su amor al desprendimiento, de obediencia a la Voluntad del Padre para que sepamos valorar la pobreza, las contrariedades y el sufrimiento que más tarde vendría con su flagelación y muerte en la Cruz.
A continuación, vinieron unos Reyes de Oriente siguiendo a una estrella, y después de un largo trayecto, se posó sobre el pesebre. El Evangelio comenta que inclinándose le adoraron y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Como se lee en las Sagradas Escrituras: “Hoy brillará la Luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Salvador”.
Jesús también ahora nos pide posada en nuestro interior para que le amemos más y lo cuidemos. Hemos de pedirle perdón por nuestra ingratitud y también solicitarle la gracia de no cerrarle nunca más la puerta de nuestro corazón.
Ésta es justamente la causa profunda de nuestra alegría: nos ha nacido un Salvador. El Emmanuel o “Dios-con-nosotros” que quiso abajarse hasta tomar la condición de hombre y ser igual a nosotros, menos en el pecado. Y de sentir hambre, sed, cansancio en aquellas largas jornadas de su predicación.
Esa vida sencilla de la Sagrada Familia, de Jesús, María y José, en apariencia discreta, pero llena de visión sobrenatural, es lo que espera el Señor que hagamos día con día en nuestro lugar de trabajo ordinario.
Cuando el día de Navidad nos acerquemos a contemplar el Nacimiento, que meditemos y agradezcamos la generosidad del Señor que quiso abajarse hasta nosotros para hacerse entender y querer. No deja de ser un misterio que el Creador de todo el Universo -con su infinita grandeza, poder y majestad- haya querido hacerse asequible a todos los hombres adquiriendo la condición humana.
A todos mis lectores les deseo que pasen una Feliz Navidad y un Próspero Año Venidero.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de diciembre de 2021 No. 1380