Hacia mediados del siglo XVI, es decir, a no más de dos décadas de ocurridas las apariciones de la Virgen María en el cerro del Tepeyac, el culto de veneración a la Guadalupana ya estaba bien establecido entre los diversos grupos sociales. Españoles, criollos y mestizos; ricos y pobres de la ciudad de México y de las inmediaciones, acudían al Tepeyac los domingos y días festivos para oír Misa.
Pero a la ermita donde se colocó la imagen milagrosa también llegaban numerosos peregrinos, algunos desde sitios muy alejados.
El fervor era mucho, y los devotos de esta advocación mariana ofrecían limosnas y penitencias a la Virgen; por ejemplo, peregrinaban descalzos o bien recorrían de rodillas el trayecto desde la puerta de entrada hasta al altar mayor.
Todo esto se debía a que la Virgen cumplía su palabra: “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester”.
Así que se suscitaban numerosos favores y milagros, generalmente curaciones de enfermos, como cuando, por la intercesión de la Virgen de Guadalupe, acabó la epidemia de peste de 1554.
Amada por todos
Los españoles fueron los primeros en integrar una congregación dedicada a la Virgen de Guadalupe en su santuario del Tepeyac; esto fue en 1674. Y en 1678 surgió la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe fundada por indios. En total hubo tres congregaciones de indios fundadas en el Santuario del Tepeyac.
Sin embargo, a pesar de esa aceptación generalizada de la devoción, no lo fue para muchos españoles en cuanto al sentimiento patriótico que despertaba entre criollos, mestizos e indígenas de la Nueva España.
Uso político
Por ello, cuando en el sigo XIX estalló el movimiento independentista, mientras que Miguel Hidalgo primero permitió y después él mismo uso la imagen de la Virgen de Guadalupe como estandarte de la rebelión, los españoles del ejército realista emplearon otra imagen de la Madre de Dios como su guía para combatir a los insurgentes: la de la Virgen de los Remedios.
Con ello se inauguró el uso de la imagen y el hecho guadalupano en la política mexicana.
Como estrategia política, el primer presidente de México, José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, cambió su nombre a Guadalupe Victoria.
En 1895, luego de la reconciliación política pactada por Porfirio Díaz con la Iglesia, se realizó la coronación de la imagen de la Virgen de Guadalupe, lo que significó no sólo uno de los actos religiosos más importantes del siglo XIX, sino también político.
El pasado 14 de noviembre se cumplió un siglo de que se perpetrara, también por razones políticas, un atentado contra la imagen de la Virgen de Guadalupe mediante la detonación de una bomba colocada en un arreglo floral.
Inexplicablemente, la imagen plasmada en el ayate de san Juan Diego no sufrió daño.
Durante la persecución religiosa por parte del gobierno mexicano, que dio lugar al movimiento de los cristeros, millares de mexicanos dieron sus vidas en defensa de la fe al grito de “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”, exclamación intolerable para los perseguidores.
Dice la politóloga católica Yizbeleni Gallardo que en México “no hay nada que políticamente pueda moverse si no es con la Virgen”. De ahí el uso que hizo el presidente Vicente Fox de la imagen de la Guadalupana al inicio de su sexenio, o también el nombre del actual partido gobernante —en alusión a la Morenita del Tepeyac— para atraer votos, aunque su ideología es incompatible con el catolicismo.
TEMA DE LA SEMANA: SANTA MARÍA DE GUADALUPE A LA LUZ DE LA HISTORIA
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de diciembre de 2021 No. 1379