La historia de las misiones católicas comprende figuras de gran talla, y el padre Mateo Ricci es una de ellas, por su equilibrio doctrinal y su acción pastoral

Mateo Ricci nació en Macerata, costa Adriática de Italia, el 6 de octubre de 1552. A los nueve años, en 1561, comenzó a asistir como alumno al Colegio de los jesuitas de su ciudad natal. Acabados sus primeros estudios, a los dieciséis años, parte hacia Roma para estudiar la carrera de Derecho. A los diecinueve, ingresa en la Compañía de Jesús, más tarde es destinado a Florencia a estudiar Humanidades, y entre 1573 y 1577 vive en Roma, estudiando en el prestigioso Colegio Romano, en el que cursa Ciencias con el prestigioso físico, también jesuita, Christophorus Clavius. Ricci siente la vocación a trabajar en Asia y allí es destinado; allí hace historia al convertirse en el “apóstol de China”.

Diálogo y armonía entre la ciencia y la fe en el cristianismo

Mateo Ricci tuvo una gran trascendencia cultural por el diálogo que abrió entre Oriente y Occidente. Entre otras cosas, introdujo en China la teología, la filosofía, las artes y la ciencia de Europa al mismo tiempo que adoptaba las costumbres y el modo de pensar de China y daba a conocer a Europa la realidad desconocida de esta nación.

El padre Ricci es un caso singular de feliz síntesis entre el anuncio del Evangelio y el diálogo con la cultura del pueblo al que lo anuncia, un ejemplo de equilibrio entre claridad doctrinal y prudente acción pastoral.

No sólo el aprendizaje profundo de la lengua, sino también la asunción del estilo de vida y de las costumbres de las clases cultas chinas, hicieron que los chinos aceptaran al padre Ricci con respeto y estima, ya no como a un extranjero, sino como al “Maestro del gran Occidente”. En el Museo del milenio de Pekín sólo se recuerda a dos extranjeros entre los grandes de la historia de China: Marco Polo y el padre Matteo Ricci.

La obra de este misionero presenta dos aspectos que no deben separarse: la inculturación china del anuncio evangélico y la presentación a China de la cultura y de la ciencia occidentales. El padre Ricci no va a China para llevar la ciencia y la cultura de Occidente, sino para llevar el Evangelio, para dar a conocer a Dios. Y precisamente mientras lleva el Evangelio, el padre Ricci encuentra en sus interlocutores la petición de una confrontación más amplia, de modo que el encuentro motivado por la fe se convierte también en diálogo entre culturas; un diálogo desinteresado, que no busca poder económico o político, vivido en la amistad, que hace de la obra del padre Ricci y de sus discípulos uno de los puntos más altos y felices en la relación entre China y Occidente.

¿Cómo lo hizo?

La gran intuición de Matteo Ricci, y por la que ha pasado a la historia como paradigma del encuentro entre la ciencia y la religión en China, es que la ciencia puede ser un medio poderoso para la propagación de la fe, opinión que en aquel tiempo era una tarea muy difícil. La teología occidental cristiana se había expresado en un lenguaje filosófico que implicaba un modo de pensar la realidad, de desarrollar los procesos lógicos de la mente y utilizar unos símbolos que eran incomprensibles en China. Y así, abre un camino de presencia inculturada del Evangelio.

El primer paso que Ricci y los jesuitas dieron en China, fue el de aprender la lengua; el segundo paso, necesario, fue conocer y valorar la cultura china; el tercer paso estaba centrado en que, dado que China era un país muy centralizado, con el poder en el emperador y sus mandarines, era necesario buscar la conversión de la cabeza para que el resto del pueblo siguiera los pasos de sus dirigentes; el cuarto paso, consistió en buscar una estrategia para llegar a las clases dirigentes, ofreciendo algo que no tenían: el saber de la ciencia en Occidente.

Su muerte

El 11 de mayo de 1610, en Pekín terminaba la vida terrena de este gran misionero, verdadero protagonista del anuncio del Evangelio en China en la era moderna, después de la primera evangelización del arzobispo Giovanni da Montecorvino. Un signo de la gran estima que lo rodeaba en la capital china y en la misma corte imperial es el privilegio extraordinario que se le concedió, impensable para un extranjero, de recibir sepultura en tierra china. Aún hoy se puede venerar su tumba en Pekín, oportunamente restaurada por las autoridades locales. Las múltiples iniciativas promovidas en Europa y en China para honrar al padre Ricci, muestran el vivo interés que su obra sigue suscitando en la Iglesia y en ambientes culturales distintos.

TEMA DE LA SEMANA: CHINA: DONDE EL CRISTIANISMO SE HA TOPADO CON UNA GRAN MURALLA

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de enero de 2022 No. 1386

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