Después del invierno cuaresmal, que renazca la primavera d la Pascua

Por Angelo de Simone R.

Cuaresma es un tiempo de Conversión y de preparación del corazón para la Resurrección de Cristo en nuestras vidas. A semejanza del invierno, son muchos los que viven necesitados de amor para descongelar sus tristezas y miserias en medio de un mundo indiferente y lleno de desesperanza.

Descubrir lo esencial

Durante la Cuaresma, el «Conviértete y cree en el Evangelio», se ha posicionado como una frase que precisamente va directa a lo hondo, al corazón; buscando en gran medida confrontar al hombre moderno frente a sí mismo y a su relación con el otro. Es allí desde esa relación íntima, donde en gran medida se educa la confianza que disipa los miedos, las alianzas que generan relaciones verdaderas, las metas que dan sentido a la vida.

Allí donde nace el amor más grande es donde sé es capaz de dar fruto. Allí donde el yo aprende a amar al tú. Allí donde se aprende que en cada tú, hay un anhelo de infinitud que sólo el Tú eterno puede colmar. Allí, justo allí, es donde nace este triduo preparativo del cuerpo para preparar el espíritu ante este misterio: el ayuno, la limosna y la oración. Gracias a estos elementos, es que el corazón descubre lo esencial y se aleja de lo superficial, el cual se sabe pleno cuando, gratuitamente, se da; que siente el deseo de un amor incondicional al que quiere responder, especialmente en el silencio, en la intimidad.

Invierno de la fe

Se habla por ello, de que vivimos un invierno de la fe. El mundo de hoy vive congelado por el miedo, la nostalgia, la pérdida, la distancia, la superficialidad, el respeto humano, la duda, la injusticia y la adversidad… Quizás este año, en medio de tantas incertidumbres y cuestionamientos de la vida, ya nos hayamos dado cuenta de que la misma tiene sentido desde la fe, la esperanza y el amor.

La Cuaresma llega por ello con nuevas fuerzas, como una vacuna ante nuestro virus de conformismo, llamando a acoger la Buena Noticia desde lo descubierto, desde dentro, desde la conversión.

Las semillas en invierno parecen muertas, pero no lo están, es solamente una máscara de lo físico ya que en lo más profundo está la ferviente esperanza de renacer en medio de la novedad. La fe, en este tiempo, tampoco está muerta: por ende, la cuaresma es un tiempo para confiar, pero sólo en lo esencial. Porque, aunque «polvo eres y al polvo volverás», lo auténtico se descubre sirviendo y amando, como aquel que es el camino, la vida y la verdad.

Después de este invierno cuaresmal, donde nuestra voluntad se pondrá a prueba, dejemos renacer la primavera de la pascua, que permite que brote la esperanza de Cristo en nuestras vidas.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de marzo de 2022 No. 1392

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