Por Jaime Septién
He citado en varias ocasiones al historiador inglés Peter Brown: “Peor que olvidar la historia es retorcerla para avivar el resentimiento”. San Juan Pablo II fue muy claro en su libro Memoria e identidad: la formación de una nación se basa en el reconocimiento de su cultura. Y añadiría Octavio Paz: en la reconciliación con su pasado, en el caso de México (y, quizá, de América Latina) en el reconocimiento de sus “dos mitades”: la española católica y la indígena precolombina.
Sin embargo, hemos asistido los últimos años a la propagación incesante de un discurso de odio al pasado que ha terminado por permear la estructura íntima de nuestra cultura, y ha comenzado a hacer rodar cabezas. La primera de ellas ha sido en Morelia, la del obispo fray Antonio de San Miguel, de quien “por esclavista y racista” el Consejo Superior Indígena de Michoacán derribó de su estatua situada al pie del famoso acueducto de Morelia, que fray Antonio terminó de construir para beneficio de los habitantes (todos) de la entonces ciudad de Valladolid.
El que juega con el fuego del rencor acaba provocando incendios. Más cuando se reaviva el fuego del resentimiento. Cuando –como dice el pueblo—se le echa limón encima a la herida. Si ocho de cada diez mexicanos somos católicos, ¿a quién se le ocurre querer borrar al catolicismo de la memoria histórica, de la realidad misma de México? A alguien que está muy enfermo.
TEMA DE LA SEMANA: “AMÉRICA LATINA: UNA REGIÓN, DOS MUNDOS»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de febrero de 2022 No. 1389