No todos sabemos cómo reaccionar ante la adversidad, y el mal comportamiento trae consigo problemas y daños generados por nuestras palabras y acciones
Por Mónica Muñoz
«Amanece y percibo que el día será hermoso y prometedor. Me siento muy bien, dormí sin despertar en toda la noche, he descansado y parece que nada podrá cambiar mi buen ánimo. Salgo para el trabajo y en el camino una persona atraviesa la calle sin fijarse y me insulta, aunque la culpa, claramente, fue de ella. Trato de no contestarle, porque dije que “nada podrá cambiar mi buen ánimo”. Más adelante, el embotellamiento está provocando retrasos en el tránsito, se está haciendo tarde. Bueno, lo tomaré con calma. Pero, poco a poco, empiezo a alterarme. Por fin llego a mi destino, siete minutos después de la hora, esta quincena no tendré incentivo por puntualidad. Otra rayita al tigre. Y sí, mi paciencia se está acabando. Más tarde, un compañero de trabajo comienza a responsabilizarme por un error suyo y entonces, no puedo más, estallo y comienzo a discutir con él. Tiene que intervenir la jefa para que no pase a mayores el altercado. Lamentablemente, no es la primera vez que me ocurre, he protagonizado otros incidentes semejantes y eso ha afectado mi desempeño en la empresa. Me han advertido que debo controlar mi carácter porque, de lo contrario, tendrán que tomar otras medidas en mi contra».
¿Suena familiar la escena? Aclaro que es totalmente ficticio el conflicto, pero estoy segura de que a muchas personas les parecerá que estoy describiendo su caso. Y no fue muy difícil imaginarlo, vivimos con demasiado estrés y a menos que seamos insensibles, a todos nos llegan los días malos.
Por eso, es muy saludable aprender a manejar nuestros enojos, que muy fácilmente podrán convertirse en ira, porque, por si fuera poco, nuestro cuerpo también puede enfermarse. Para ello, los psicólogos recomiendan varias técnicas que podemos poner en práctica cuando eso suceda.
Respirar profundo: sí, funciona, respirar profundo y contar hasta diez, o pensar en una palabra tranquilizante e imaginar un lugar o situación que nos dé paz, mientras inhalamos y exhalamos, permitiendo que nuestro cerebro entienda que debe tomarlo con calma.
Cambiar la forma en la que pensamos: los expertos llaman a esto “restructuración cognitiva”. Frecuentemente, las personas enojadas maldicen e insultan o hablan en términos muy subidos de tono que reflejan lo que realmente piensan, además sus ideas pueden volverse muy exageradas y demasiado dramáticas. Por eso, hay que cambiar esos pensamientos por otros más razonables. Por ejemplo, en lugar de decir, “Ay, es horrible, todo se echó a perder,” hay que decir “es frustrante y es comprensible que esté disgustado pero no es el fin del mundo y enojarme no va a solucionarlo”.
Mejorar la comunicación: de la misma manera, hay que cuidar lo que le decimos a los demás, por ejemplo, cuando usamos palabras hirientes que solo humillan a la otra persona y dañan la relación en lugar de buscar una solución. Lo importante es comunicarse y expresar al otro cómo nos sentimos, pero, de preferencia, hay que hablarlo cuando estemos tranquilos.
Tomar las cosas con humor: sucede que esperamos que las cosas se hagan tal y como las queremos, por eso, cuando no ocurren exactamente así, nos sentimos decepcionados y nos enojamos. Hay que recordar que nadie es perfecto y que nosotros también hacemos que otros se enojen, así es que no nos tomemos tan en serio, pensemos que hay situaciones que se pueden manejar con un poco de sentido del humor, no para burlarnos de los demás, sino para relajar la tensión y darnos cuenta de que, la mayoría de los problemas tienen solución, si ponemos un poco de voluntad en ello.
Lo importante de todo es que reflexionemos y comprendamos que la vida es corta. Recordemos ante todo que amamos a nuestra familia y que las palabras que digamos o las acciones que realicemos pueden dejarles una marca que nunca podremos borrar. Y de la misma manera, tratemos a los desconocidos, porque hay que amar al prójimo como a nosotros mismos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de abril de 2022 No. 1396