Por Angelo de Simone R.

Desde hace unos años, luego de una experiencia difícil que tuve que atravesar, pero que de la mano de Dios y muchas personas queridas pude superar, siento una enorme tranquilidad en mí.

En ocasiones, son muchas las dificultades que podemos experimentar en nuestro día a día. Después de jornadas intensas de la vida interior, aspirando a conseguir claridad y con dolores profundos de confusión, donde los pensamientos te arropan entre pagos, responsabilidades y cuestionamientos internos, encontramos la propia forma de esperanza que se va haciendo a imagen y semejanza de aquel que nos ha amado primero.

Es en ese preciso momento donde se cae todo el peso de encima, desaparece ese cansancio bienhechor del cerebro y surge un bienestar en nosotros, hacia nosotros, una pequeña y delgada membrana a través de la cual se ve la vida de una forma distinta. Esto que les acabo de mencionar se llama: “Estar reconciliado con la vida”.

La felicidad no llega como la esperamos

No somos nosotros los que debemos hacer grandes cosas, es una falsa impresión de los estándares que nos colocamos. Nos afanamos en alcanzar una felicidad utópica que no siempre llegará de la forma que esperamos, en vez de comprender que la vida es grande y buena, fascinante y eterna por sí misma; nos enfocamos en los problemas y heridas que nos proporcionan terceros que viven sin amor, lo cual, en el futuro, cobra factura ocasionándonos unas cataras espirituales, que no nos permite ver con claridad y desde la realidad objetiva nuestra situación. Cuando ponemos demasiado énfasis en nosotros mismo, agitando e irritando esas heridas profundas del corazón, es allí donde se escapa ese gran y poderoso aire que llamamos vida.

¿Acaso no has sentido la suave caricia de una brisa de mañana? o ¿el cantar de los pájaros anunciando que ha pasado la tormenta y el sol ha salido de nuevo? Eso es un indicativo de que estamos vivos, de que, la tormenta por muy aterradora que sea pasará, y que estando en la piedra de la paciencia y la esperanza, no hay forma de que las olas nos hagan sucumbir.

Es el momento de sentirnos vivos, de disfrutar cada instante, de redactar el diario de la vida donde deben aflorar los buenos momentos y desechar aquellos que no nos permiten crecer. Estos son los momentos auténticos, son los que te harán sentir vivo, amado y, sobre todo agradecido, en los que queda descartada cualquier ambición personal de “yoísmo” y nos invita a salir de nosotros mismos y nuestros conflictos y sentir este golpe que nos ayuda a despegar, que nos presenta una forma distinta de vivir y empezar a tocar este pedacito de eternidad que completa nuestro existir. ¿Estás dispuesto a agradecer este momento de gloria que llamamos vida?

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de mayo de 2022 No. 1401

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