De acuerdo con un estudio publicado en 2017 en la revista especializada Journal of Sustainable Forestry, se han podido contabilizar en el planeta unas 60 mil especies distintas de árboles.
El número es asombroso; pero en promedio la mayoría de las personas conocen apenas los nombres de unas cuantas decenas de árboles, y sólo son capaces de identificar físicamente algunos cuantos.
¿Quién no habrá oído hablar del olivo, el cedro, el sauce, el ciprés, la palmera, la encina, la granada o el manzano? Esta pequeña lista es parte de los 22 árboles específicamente mencionados en la Biblia.
Cada especie vegetal tiene sus propiedades y utilidades, por lo que es lógico que el ser humano comenzara a plantar árboles propios de unas zonas específicas del mundo en lugares muy lejanos. Así es como a América llegaron también el limonero, naranjo, mandarino, trueno, nogal, membrillo, framboyán, casuarina, etc.
Qué bueno que tantas variedades, en especial las comestibles, se hayan podido extender por el planeta; pero se puede correr el riesgo de que las que vienen de fuera desplacen a las autóctonas, incluso poniéndolas en franco peligro de extinción.
De hecho, gran parte del patrimonio comestible de la humanidad podría desaparecer debido a que sencillamente ha sido abandonado: de las 80 mil especies vegetales consideradas comestibles, sólo se usan unas doscientas, y sólo doce están consideradas alimentos básicos de la humanidad, además de que apenas tres cereales —arroz, trigo y maíz— representa el 60% de la producción mundial agrícola.
En la mayor parte de la nación mexicana hoy es prácticamente imposible encontrar en un mercado o supermercado frutos nativos como el nanche o el capulín, mientras que fueron alimento ordinario de los mexicanos de anteriores generaciones.
Patrimonio desconocido
El simple hecho de que la población de un país no conozca los frutos propios de su tierra o al menos los nombres de algunos de sus árboles nativos ya debería ser una advertencia de que el equilibrio se está perdiendo.
¿Habrá muchos mexicanos que hayan escuchado del cocobolo, el haya mexicana, el camedor despeinado, el ciprés de Guadalupe, el soyate de Tehuantepec o la gausia de monte? Pues son sólo algunas de las especies de árboles de México que hoy están en riesgo de desaparecer.
Según el reporte State of the World’s Trees, publicado por la organización Botanic Gardens Conservation International, casi un tercio de las 3 mil 570 especies de árboles que hay en la nación mexicana está en peligro de extinción.
Lo que hay que hacer
¿Qué hacer ante este panorama? Un primer paso para proteger a las especies en peligro es indagar cuáles son y darlas a conocer a los demás, ya que lo que no se conoce no se protege.
Además hay que hacer conciencia de la importancia del patrimonio vegetal autóctono, para así, cuando se piensa en algo tan simple como decorar el frente de una casa, o algo más complejo como planear la vegetación de todo un parque, dar prioridad a los árboles nativos, y lo mismo en el caso de los arbustos y las flores; sería conveniente, por ejemplo, dejar de abusar del Ligustrum lucidum, el árbol originario de China conocido en México como trueno, que se ha apoderado de casi todos los jardines públicos y muchas avenidas del país.
Otra cosa más, hay que conocer todas las grandes ventajas de los árboles autóctonos frente a los árboles exóticos o de origen extranjero. Estas cinco son las más importantes:
- Uso eficiente del agua. Las especies nativas se desarrollan perfectamente con el agua disponible que llueve en la región, por lo tanto, a diferencia de las que provienen de otros lados, no requieren más riego extra.
- Mejor adaptación al suelo. Los árboles nativos no requieren de excesivas cantidades de fertilizantes, sustratos adicionales o mejoramiento del suelo.
- Interacciones ecológicas. Aves, mamíferos, insectos y demás fauna propia del lugar son atraídos por la vegetación nativa, lo que deriva en necesarias e importantes interacciones para los ecosistemas, como son el control natural de plagas, la polinización, la dispersión de semillas, la descomposición de la materia y el reciclaje de nutrientes del suelo.
- Adecuados al clima propio del lugar. Son árboles resistentes a vientos, heladas, sequías estacionales y otros fenómenos climáticos propios de su lugar de origen.
- Menor riesgo de plagas o enfermedades. Animales que normalmente son considerados como plagas, en este caso no son problema, ya que se trata de especies que conviven naturalmente con la vegetación nativa.
TEMA DE LA SEMANA: «EL ÁRBOL: UNA HERENCIA ANCESTRAL QUE TOMAMOS PRESTADA DE NUESTROS HIJOS»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de junio de 2022 No. 1407