Por P. Fernando Pascual
En numerosos lugares del mundo, a causa de la epidemia de Covid-19 iniciada a finales de 2019, los obispos declararon que dejaba de ser obligatorio participar en las misas de los domingos y fiestas de precepto.
Muchas personas, ante esta situación, buscaron maneras para ver misas a través de Internet, y así “suplir” en parte ese deseo interior de participar en la Eucaristía.
Sin embargo, una “misa online” no es una “plena misa”, pues participar realmente en la Eucaristía significa estar presente allí donde el pueblo se reúne con el sacerdote y se vive, a fondo, el misterio de la celebración como la instituyó Cristo.
Conforme la epidemia empezaba a ser menos peligrosa, y también según las autoridades públicas modificaban las restricciones para el tiempo de crisis, los obispos iban restableciendo el precepto dominical.
Ese momento puede resultar delicado, pues algunas personas tienen todavía miedo a la epidemia, o se han acostumbrado a las facilidades de ver (algunos dicen, “asistir”, pero la palabra es incorrecta) misas online.
Otros bautizados, por desgracia, pueden haberse acostumbrado a no ir a misa los domingos, porque los meses en los que no era obligatorio hacerlo no llegaron a percibir un “vacío” en sus almas.
El momento en el que el precepto se “reactiva” es sumamente delicado. Quienes de verdad creemos en Cristo y en la Iglesia católica fundada por Él, necesitamos tomar conciencia de que la misa es clave, de que no podemos vivir sin ella.
En una hermosa carta sobre la misa y sobre el domingo, Juan Pablo II recordaba a aquellos mártires de la zona de Abitinia (hoy Túnez), que explicaban a los perseguidores por qué no podían renunciar a la Eucaristía el domingo:
“Sin temor alguno hemos celebrado la cena del Señor, porque no se puede aplazar; es nuestra ley; nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor”. Una mártir añadía: “Sí, he ido a la asamblea y he celebrado la cena del Señor con mis hermanos, porque soy cristiana” (las citas se encuentran en la carta apostólica Dies Domini de Juan Pablo II, 31 de mayo de 1998, n. 46).
Millones de bautizados no han podido participar durante meses en la misa de los domingos. Allí donde mejoran las condiciones sanitarias, vale la pena avivar la fe para descubrir que, realmente, no podemos vivir sin la misa dominical, como momento clave para encontrarnos con Cristo presente en su Iglesia, ofrecido al Padre por la salvación de todos los hombres.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de junio de 2022 No. 1407