Todo sale mejor cuando nos dejamos acompañar de María
Por Gaby Briones
Un día mientras escribía, noté que no había tenido mi mejor sonrisa para recibir a mi esposo después de su jornada laboral. Olvidé decirle cuánto lo amo y lo mucho que le agradezco ser mi compañero en esta loca aventura del matrimonio y la crianza.
Se fue corriendo después de comer con la misma rapidez con que llegó. Tal vez sin que yo le diera una gotita de paz, pues aún me encontraba trabajando una materia con nuestro hijo mayor, mientras los pequeños, en la cochera, gritaban entre sus juegos.
Se despidió de prisa, pues ya se iba al entrenamiento con los niños, y pensé: “tal vez mi reproche, sentir que me ganaba el peso del día a día, no lo hizo sentir amado”.
Muchas veces agradezco su paciencia, pero otras tantas se me olvidan lo más importante: que estamos haciendo una labor ardua y que trabajamos juntos en nuestra familia para la eternidad.
Mi humanidad me hace querer todo rápido, muchas veces sin sopesar la magnitud de las cosas y luego reniego, quiero todo “light”. En ocasiones batallo para disfrutar, para escuchar, para leer lo que el Señor desea de mí y lo que Mamita María desea hacer en mi corazón para reflejarlo en mi familia.
Después de meditar sobre mi día a día hace unas semanas, me di cuenta de qué importante es poder ver lo que caminamos, no en distancia, ni en proceso o madurez espiritual, sino qué tanto avanzamos cuando nos dejamos acompañar por María.
Pude ver que, desde el 2019 que me consagré a Jesús por María, frecuentemente le digo con mis actitudes: “hasta aquí, Madre”. No la dejo acompañarme, no la hago parte de mis situaciones, pensando que esas “las puedo resolver yo”. (Mis planes contra los planes de Dios).
Y bueno, algunas personas podrían pensar: “¿qué tiene que ver María Santísima en todo esto?” Mi respuesta es: ¡todo!
Siento que la Consagración no me llegó de la nada, pues ya era hora de acelerar la salida de mi estancamiento, y nadie mejor que ella para ayudarme a hacerlo. Después de la misa de Consagración sentí un acelere intenso en todas mis actividades y de aquí justamente surgió la decisión de educar a nuestros hijos en casa.
Y veo que en esos días en los quiero hacer “lo que a mí me pareció mejor”, llego al final exhausta, como cuando subes una escalera con un maletón pesadísimo. Al hacer mi examen de consciencia digo: “¡ay no, otra vez quise hacerlo sola!” y es cuando recuerdo cuando Beata (mamá) Concepción Cabrera le pedía a su hija religiosa Teresa: “que no te den tristeza mala tus caídas, que no le des entrada al desaliento que tantas víctimas hace, porque estos vicios son puro amor propio”.
Se trata de saberme débil, pero no para apapachar mis tropiezos, sino más bien para recordar en mi debilidad y humanidad: “Dios me ha dispuesto una compañera, y en la medida en que me deje acompañar, ella me hará acercarme más a Jesús.
También me gusta imaginar cómo san Pedro corrió a los brazos de Mater, él cometió sus errores con Jesús, pero sabía que ella tendría las palabras, la escucha, la mirada correcta para hacerlo situar.
Con esa misma confianza me gusta acercarme a ella y por ella a Jesús, cada que caigo. Muy consciente de mi nada, de mi orgullo y soberbia, de mis pocos alcances… reconociendo mi nada, es cuando puedo indicarle a ella en qué necesito que interceda por mí, como muy seguramente pudo interceder ante Jesús por Pedro en el Tiberiades (Jn. 21, 1-19).
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de julio de 2022 No. 1410