Por Gaby Briones
Hace unos meses inicié el reto de Hallow app de “33 días con Jesús Sacramentado”. Esta bendición me dio la oportunidad de descubrir que, dentro del bullicio de mi día, hacer este alto me da una reseteada.
Cuando inicié iba yo sola, incluso me arreglaba muy bonita porque era “mi cita con Jesús”. El tiempo volaba, una hora me parecía tan poco, pero me iba sabiendo que tenía que atender mi vocación.
Después de acabar el reto le decía en mi oración “Señor sé que no podré venir a verte a diario, pero también sé que esto me ayudará a volver a mi primer encuentro Eucarístico y que buscaré afanadamente darte por lo menos una hora a la semana”. Y así ha sido por su gracia, es algo que le agradezco enormemente porque salgo renovada, liberada, más enamorada y también con un corazón más abierto para perdonar.
Crisis matrimonial
Hace un par de meses se nos vino una crisis matrimonial a mi esposo y a mí. Sentía que el mundo se me venía encima.
No sólo era eso. También perdimos a un primo hermano, vino el divorcio de una de mis hermanas, momentos de mucha tribulación y mi reincorporación al mundo laboral. Esto sumaba carga. Pero saber que los miércoles iría a su presencia, aunque fuera a rastras y con el corazón hecho pedazos, me reconfortaba y me hacía tener la esperanza de que Él me abrazaría.
Mi intención de acudir a la Eucaristía no se quedó ahí, Jesús provocó que empezara a acompañarme mi familia a la adoración. Ha sido muy reconfortante ver a mi esposo toda la hora en adoración, oración, y ver sus ganas de vivir esta crisis junto a Él.
Dejarse transformar
Y el Señor nos va transformando, no podemos estar frente al Sol que nace de lo alto sin quemarnos, sin ser transformados y sin ir viendo una respuesta a nuestras oraciones.
Pienso que, si en lugar de esto, nos hubiéramos arropado en los susurros del mundo, habríamos estado tentados a tomar decisiones equivocadas, porque hoy en día es más fácil romper y pocos estamos dispuestos a reparar. Pero con Dios no es así.
Dios nos ha creado, a su imagen y semejanza, ¿qué pasaría si Él al verme rota me desechara? No, no quiero ni pensarlo.
Jesús me enseña a reparar, a volver a construir, incluso a quitar aquello que está ya puesto para acomodar los cimientos, pero nunca me dice que debo claudicar.
Ambos hemos ido descubriendo, cada uno a su manera y en su tiempo que “Dios hace nuevas todas las cosas” y en esta certeza debemos descansar, pero también actuar en concordancia, es decir, dejarnos moldear por sus manos y, aunque el proceso puede doler, Él no se conformará con dejar las cosas como estaban, sino que buscará mejorarlas.
La adoración
Si aún no te animas a ir a la adoración, vengo aquí a insistirte.
Sé que al inicio puede ser difícil, pero puedes ayudarte de muchísimas herramientas que nuestra amada Iglesia tiene para este encuentro.
Te aseguro que cuando menos lo imagines, ya no será necesario el canto, el libro, el devocional o incluso el Santo Rosario, y no porque no sean buenos, al contrario, son buenísimos porque nos dan el empujón para un verdadero diálogo, escucha e incluso para llorar como niñas y dejar que Él nos abrace, nos vaya susurrando sus mociones y nos acompañe al salir de la capilla.
Con la convicción de que por más dura que parezca la tormenta, Él no se baja de la barca, Él tiene el poder de calmar toda tribulación, sólo basta que tengamos fe y que permanezcamos en su Amor, en su presencia.
Publicado en www.elarbolmenta.com
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de noviembre de 2024 No. 1533