Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“¿Sabéis la civilización toda que una lengua lleva hecha cultura, condensada en sí a presión de atmósferas espirituales de siglos enteros?” Miguel de Unamuno
Según las cuentas del antropólogo Richard Rudgley (Hampshire, 1961), autor de textos de divulgación en los que cuestiona todo lo escrito hasta hoy por sus colegas respecto a la categoría con que se suelen clasificar las culturas respecto a las civilizaciones antiguas, aquella se transforma en esta “cuando se establece un sistema de vida factible; es decir, una relación apropiada entre el hombre y la naturaleza, de acuerdo con las características de una región determinada”.
La amplitud de tal horizonte junto con otras afirmaciones suyas tan simplistas como temerarias le han granjeado que los académicos lo excluyen de su gremio. Lo que nadie le puede negar es que descalificar a los antiguos por el desconocimiento que tenemos de sus costumbres y formas de vida no garantizan ecuanimidad ni armonía.
Buscando nosotros aquí, un punto intermedio entre lo que él atisba y los parámetros que hace 80 años aplicó el gestor de ‘Mesoamérica’, Paul Kirchoff, a una realidad tan plural, podemos reconocer en las culturas aglutinadas bajo el marbete de ‘mesoamericanas’ rasgos civilizatorios fundados en aptitudes y destrezas que si alcanzaron entre ellos rangos superlativos y que en las cuentas del apenas referido profesor de ascendencia alemana fueron las siguientes:
- La hegemonía y el control de las diversas regiones geográficas que componen el territorio practicando el sedentarismo;
- la invención y el uso de dos calendarios, el ritual de 260 días, y el solar de 365;
- un sistema aritmético de base veinte,
- otro de escritura pictográfica-jeroglífica, que en el caso del alfabeto maya pudo representar sonidos por separado, en especial sílabas compuestas por consonante y vocales.
- uso sistemático del cultivo de maíz (la milpa) para la subsistencia y del empleo del algodón para la rama textil y técnicas refinadas en la cerámica y la metalurgia de forja en frío.
Ahora bien, sirvió como eje transversal a todo lo dicho la visión sagrada de la vida, en que Mesoamérica, teniendo como base el politeísmo pero también el culto a divinidades comunes (las del agua y el fuego y la Serpiente Emplumada), hubo algo que embonó muy bien con el cristianismo, los sacrificios humanos, sublimados gracias a él en la ofrenda de la vida del Hijo de Dios en el Calvario actualizada en la Eucaristía.
Cabe señalar que entre los estudiosos de lo apenas señalado persisten dos tendencias, las de los que defienden a la cultura mexica como la suprema en lo que a notas civilizatorias respecta (Ch. Duverger, entre ellos), y la de los que afirman que precisamente fue la pluralidad de participación y creencias lo que les distingue y no lo que les separa (A. López Austin, L. López Luján y E. Florescano), pues con todo y esto sí se alcanzó relativa homogeneidad patente en contactos estables entre los moradores de las diversas regiones gracias tanto para el intercambio de bienes y servicios como para el orden que se impuso entre las campañas militares.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de julio de 2022 No. 1410