Por Tomás De Híjar Ornelas, Pbro.
“La tierra provee lo suficiente para saciar las necesidades de cada hombre, pero no la avaricia de cada hombre” Mahatma Gandhi
“No olvidemos que la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. Y la única manera de que la cultura no se pierda es que se mantengan en dinamismo, en constante movimiento”. Papa Francisco
En nuestro propósito de remesar la sustancia del texto “Cosmovisión mesoamericana, descolonización de las ciencias sociales y diálogo mundial de saberes”, de Juan Carlos Sánchez-Antonio (2020), llegamos ahora al modo como se enseñoreó desde el ámbito europeo en el mundo (y como efecto concomitante, en la ruta del mercantilismo capitalista) una visión “desalmada” de la realidad, que impactará frontalmente la de las culturas amerindias en nuestro siglo XVI en los términos que relativamente conocemos.
Desde su explicación, que hemos hecho nuestra, el “componente fundamental en la configuración de la matriz epistémica de la ciencia moderna”, fueron las matemáticas y los colosos del pensamiento que le dieron carta de naturaleza los franceses Blas Pascal y de René Descartes en los siglos XVII y XVIII, pues gracias a ellos se dio el reemplazo de la comprensión del universo y de la naturaleza en términos geométricos y matemáticos, a despecho de lo que desde la cátedra universitaria europea del siglo XIII, con Santo Tomás como paradigma, retuvo un tiempo largo el modelo “epistémico aristotélico” que según Sánchez Antonio “daba especial énfasis al mundo empírico y las dimensiones cualitativas del mundo”.
Reemplazarlo con “la corriente platónico-pitagórico de las matemáticas” implicó, sigue diciendo, no sólo recuperar una senda ya trillada desde muchos siglos antes; lo novedoso fue plantear una “interpretación total del mundo en términos matemáticos (en palabras de Edwin A. Burtt) para situar “la disputa por la configuración de la ciencia moderna” desde el campo de las matemáticas en un rango donde a estas se les concedió el carácter de “lenguaje universal de la naturaleza”, como lo hicieron Copérnico, Galileo, Kepler y Newton, de modo que con este “nuevo criterio epistemológico”, “el de los números”, fuese real todo lo que es matemática o astronómicamente demostrable.
Para los fundadores de la ciencia moderna las matemáticas pasaron a ser su “inspiración fundamental” y la lógica cuantificable, analítica y medible el método de la ciencia, tal y como el ya aludido Descartes se empeñó en demostrarlo desde el plano filosófico, con el ánimo de alcanzar “un método universal incuestionable, objetivo y neutral (libre de valores subjetivos)” de las ciencias modernas.
Para el autor del Discurso del Método y de las Reglas para la dirección del espíritu la experiencia anclada al cuerpo tiene un valor epistémico menor cuando se le separa del pensamiento, es decir, la razón alcanza una “total primacía absoluta” como “el único camino seguro […] para construir conocimientos universales, a diferencia del cuerpo y de la naturaleza, en tanto que son “como una cosa extensa, infinita, medible y cuantificable”.
Con tales postulados, enfatiza nuestro autor citando a Josef Estermann, la relación entre el ser humano y la Naturaleza frente a lo demás de “la naturaleza no-humana” fue “la res extensa (cosa con extensión)” respecto a “la materia prima desalmada” o “medio de producción y transformación”, de modo que una “exigencia general de orden analítico” aplicada “a todo el conjunto de las disciplinas” como “nuevo mandato epistémico” hizo posible a “la mirada científica europea” unificarlo todo desde la razón, en cuanto esta “es capaz de aplicar una misma matriz a todos sus objetos”, tal y como lo dilucidan Jorge Polo y Eleder Piñeiro.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de septiembre de 2023 No. 1469