Escribía san José de Calasanz en el año 1621: “Educar es el oficio mejor por aplicar con un amor inmenso desde la Iglesia; un medio eficacísimo para evitar y atajar el mal, y para animar el bien, a favor de los niños de toda condición, y por lo tanto de todos los hombres. Y esto mediante la cultura y la fe, los valores y los compromisos, con la luz de Dios y la de la sociedad”.

Ya sea que la palabra educar provenga del latín educare, que significa alimentar, criar o nutrir, o que proceda de exducere, que significa desarrollar o crecer, igualmente queda claro que es una acción loable, la cual se persigue no sólo desde los ambientes laicos sino, primero, desde los eclesiásticos. La educación no merece sino aplausos:

  • “El único instrumento que los hombres tenemos tanto para perfeccionarnos como para vivir dignamente es la educación” (Santo Tomás de Aquino).
  • “Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, en cuanto participantes de la dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable de una educación” (Declaración Gravissimum educationis del concilio Vaticano II).

¿Por qué católicamente?

Ahora bien, se puede educar de una manera meramente secular, es decir, anclada a las cosas de este mundo —escuela laica—, o bien de una manera que trascienda, de una manera católica —escuela cristiana—. Lo más alto a lo que puede aspira una educación laica es a la solidaridad, la fraternidad, el ecologismo, la tolerancia y, en una palabra, un cierto humanismo. Los valores morales ya casi no son inculcados en este tipo de educación.

En cambio, lo maravilloso de la auténtica educación católica es que sí tienen todo lo anterior y mucho más, pues sus miras son altísimas, las que se pueden resumir en: hacer que los bautizados “lleguen al hombre perfecto” (Gravissimum educationis). Y esto sólo es posible en Cristo, quien además da esta orden directa: “Enséñenles a cumplir todo lo que Yo les he encomendado a ustedes” (Mateo 28, 19).

En sus Homilías sobre la carta a los Efesios, san Juan Crisóstomo dice: “Frente al cuidado de los hijos —a su educación en la doctrina y enseñanzas del Señor—, todo lo demás sea para nosotros secundario. Si desde el principio enseñas al niño a ser sabio, adquirirá la mayor riqueza que existe y el más válido honor (…).

“No te preocupes tanto de que tu hijo tenga una vida larga, como de que alcance la vida inmortal en el Cielo, la vida sin fin. (…) No te centres en hacer de él una lumbrera, sino en enseñarle la sabiduría cristiana. Da lo mismo que no llegue a ser una lumbrera, pero si no posee la sabiduría cristiana toda la instrucción que haya recibido no le servirá para nada”.

Por algo dijo Benedicto XVI el 7 de febrero de 2008: “Una educación que no sea al mismo tiempo educación con Dios y presencia de Dios, una educación que no transmita los grandes valores éticos que aparecieron con la luz de Cristo, no es educación”.

TEMA DE LA SEMANA: «EDUCACIÓN CATÓLICA, EDUCACIÓN PARA LA LIBERTAD»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de agosto de 2022 No. 1413

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