Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

“No se pasa de la ceguera a la luz, no se entra en los soberanos dominios del sol como quien entra en un teatro. Es este un nacimiento en que hay también mucho dolor”. Benito Pérez Galdós

El ritual religioso de arraigo más hondo en las culturas mesoamericanas fue el juego de pelota; denominado tlachtli u ōllamalīztli en náhuatl, pitz en maya clásico y pok-ta-pok en el vulgar, lo propio suyo era enfrentar pequeños equipos de jugadores, de cinco varones jóvenes cada uno,

para que mostraran a los jueces y espectadores su destreza y habilidad para mantener en alto la bola en juego sin que tocara el suelo pero sí en condiciones de cruzar un aro de piedra –adición tardía al juego– o al menos tocarlo, anclado como estaba a cierta altura del muro inclinado y con una gruesa capa de cal a modo de enlucido al pie del cual se delimitaba la explanada.

La pelota era esférica, de caucho y podía pesar hasta 4 kilogramos (¡!), y sólo se debía tocar con ciertas partes del cuerpo, cadera, codos y rodillas al modo del raquetbol, aunque se sabe de opciones para usar raquetas y manoplas. La pelota estaba hecha de caucho y pesaba hasta 4 kg.

De los sitios ceremoniales mesoamericanos que se han estudiado, el más antiguo en tener su cancha es el de Paso de la Amada, en las tierras bajas costeras del sur de Chiapas (1650 a.C.) a.C. Empero, en el año 2015 Jeffrey Blomster y Víctor Chávez descubrieron dos en el sitio arqueológico de San Mateo Etlatongo, en la Mixteca Alta de Oaxaca, a dos mil metros sobre el nivel del mar, con 350 años por encima del cálculo anterior, de lo que deriva un vuelco muy grande a las inferencias que hasta ahora teníamos.

Poco es lo que sabemos de este juego de pelota, por ejemplo, si es que tuvo reglas, pero no podemos dudar que fue el más característico de los rasgos de la civilización mesoamericana, que no se practicaba como un deporte sino como un ritual político y religioso y que se la adjudicaba la regeneración de la vida y la estabilidad del orden cósmico.

En tal esquema, la pelota de caucho simbolizaba al sol y el duelo entre los equipos un recurso sobrenatural para resolver conflictos de naturaleza tan diversa como podían ser los pleitos por el aprovechamiento de los recursos de la tierra, el pago de tributos, el control comercial de productos, bienes y servicios.

El movimiento de la pelota de hule representaba la trayectoria del Sol, la Luna y Venus, los astros sagrados –tal podía ser el caso de sublimar la victoria de Huitzilopochtli sobre su hermana la luna al tiempo de producirse el amanecer–, y el ganador – ¿o al perdedor? – de la justa un electo por los dioses para formar parte de su linaje, inmolándolo en sacrificio luego de la justa, si es que algún jugador sobrevivía a las contusiones de la durísima y pesada pelota. Hay evidencia de campos del juego de pelota desde el sur de Nicaragua hasta Arizona.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de septiembre de 2022 No. 1419

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