Por Jaime Septién
En un pequeño libro publicado al principio del Adviento de 2005, Corrupción y pecado, el cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio sj, escribió el retrato hablado de un corrupto: “tiene cara de yo no fui, ‘cara de estampita’, como decía mi abuela”. Habla de las características del corrupto: “Ante cualquier crítica se pone mal, descalifica a la persona o la institución que la hace, procura descabezar toda autoridad moral que pueda cuestionarlo (…) desvaloriza a los demás y arremete con el insulto a quienes piensan distinto”.
Pero hay más: los corruptos “le tienen miedo a la luz porque su alma ha adquirido características de lombriz: en tinieblas y bajo tierra”. En el Evangelio le ponen trampas a Jesús; en la vida pública de nuestros días, le ponen trampas a la verdad y cuentan “verdades alternativas” que solo ellos conocen o creen conocer. Son personas que no perciben la luz.
Como el personaje aquel del chiste cuando va en sentido contrario frente a una multitud de automóviles, su primera reacción es pensar que todos los demás van en sentido contrario. Un complot en su contra.
Contra “la filosofía porteña” (de Buenos Aires) de que “el que no afana es un gil” (o sea, el que no roba es un idiota), el cardenal Bergoglio invitaba a los argentinos, nos invita a cada uno, a gritar con fuerza “¡Pecadores sí, corruptos no!” Para, luego, “abismarnos en la misericordia del Padre que nos ama y en todo momento nos espera”. Qué lindo, diría el actual Papa Francisco, entrar así en el Adviento.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de noviembre de 2022 No. 1428