Los salmos, alma de mi oración
Por Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Este es un Salmo de plena confianza en Dios en medio de los peligros y de quien acude a él por causa de los enemigos, quienes consideran ya cercana su derrota pues piensan que Dios ya lo ha abandonado.
El justo, el orante, no pierde la serenidad porque sabe que Dios no lo abandona ni lo abandonará jamás. Dios es su escudo y su gloria.
El orante pide con urgencia la salvación; sabe que Dios desplegará su fuerza y lo salvará. En el Señor está la salvación; él se ocupa de protegerlo siempre.
Se puede orar este Salmo a la luz de la pasión del Señor Jesús, resaltando las palabras de los perseguidores: “Ha confiado en Dios, que lo salve ahora, si es que Él lo quiere, ya que dijo: ‘Soy Hijo de Dios’, (Mt, 27, 43)”.
La Iglesia lee este Salmo en clave pascual: a la luz de Cristo muerto y resucitado.
“Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene” (ver. 6)
Se le pueden aplicar las palabras de San Ireneo: “Durmió el Señor (Jesús) el sueño de la muerte y resucitó del sepulcro porque el Padre fue su ayuda”.
“Así en la transposición cristiana dormir y despertar se toman como símbolo de la muerte y resurrección”, nos señala Luis Alonso Schökel.
Este Salmo 3, lo podemos orar de corazón y con toda confianza en los momentos de angustia, de peligros o de persecución. Es el Salmo de la absoluta confianza en Dios. Así nos ponemos como el hijo pequeño y frágil en las manos del Padre Dios:
‘Padre me pongo en tus manos…’
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de diciembre de 2022 No. 1432