Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Tiene toda la razón del mundo Martin Luther King cuando nos advierte que los hombres “hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos”.

La advertencia de aquel gran hombre es evidente y terrible. Es evidente, porque nuestra naturaleza es social, somos un ser en comunión. Terrible, porque el solitario se muere de hambre o desamor.

Tanto los centros de enseñanza, como las oficinas públicas y las empresas privadas ofrecen cada vez con mayor frecuencia, cursos de relaciones humanas; porque se vende más en el negocio y se triunfa más fácilmente en la vida con una sonrisa que con un zarpazo. El prójimo no es nuestro rival, ni nuestro límite, mucho menos nuestro infierno, como pensó absurdamente Sartre al afirmar que “el infierno son los otros”. Vivir es convivir y convivir es multivivir.

Hay gente que no se relaciona con los demás, porque no quiere y entonces vive -si a eso se le puede llamar vida- dentro de un caparazón asfixiante de egoísmo y soledad. Otros no saben relacionarse, porque no saben amar, ni dialogar, ni alabar, ni respetar la personalidad del otro.

Resulta que un amigo que trabaja en “el otro lado”, me envía desde Los Ángeles, California, una tarjeta pequeñísima -como las de visita que se usaban antes-, que obsequia a sus clientes la fábrica en que trabaja mi amigo: “Breve curso de relaciones humanas”. El curso no puede ser más breve, como que está redactado en solo ocho renglones con la típica rapidez pragmática del norteamericano, pero también con su buena dosis de sentido común.

Las 6 palabras más importantes:

  • la 6, yo admito que me equivoqué,
  • la 5, tú tienes un buen trabajo,
  • la 4, ¿cuál es tu opinión?
  • la 3, si tú quieres…
  • la 2, muchas gracias,
  • la 1, nosotros
  • la palabra menos importante: yo.

Aunque el breve curso parezca simple, simplista o simplón, quien lo ponga en práctica verá que no es nada fácil y qué provechoso es. Porque eso de no echar la culpa de nuestros yerros a los demás, elogiar el trabajo que otro desempeña, preguntar la opinión ajena sin imponer la propia, respetar la voluntad de los demás sin imponernos despóticamente, saber agradecer aun el detalle mínimo, entender que la vida es un “nosotros” y no un “yo” insolidario, porque solo jugando en equipo podemos vencer, entenderá que el “breve curso” tan norteamericano, es en verdad tan humano.

No vive quien no convive. No convive la tortuga enconchada en su búnker, sino la puerta y el corazón abierto. No convive la heladísima refrigeradora cerrada siempre, sino el leño de la chimenea que difunde, a cuantos lo rodean, un suave y tonificante calor.

Publicado en El Sol de México, 14 de febrero de 1991; El Sol de San Luis, 23 de febrero de 1991.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de febrero de 2023 No. 1441

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