Por Raúl Espinoza Aguilera

En 1907 Arnoldo Mondadori, abuelo de Leonardo, fundó Mondadori Editores. Actualmente esta editorial publica periódicos (en papel y digitales). Y tiene una extensa cadena de tiendas relacionada con los medios de comunicación tanto en Italia como en otras partes del mundo. Mondadori se expandió por México al adquirir Editorial Grijalbo. Años después, se constituyó Random House Mondadori. Posteriormente, en 2014, Random House adquirió la mayoría de las acciones y se convirtió en parte de Penguin Random House y eso impulsó a la compañía a extenderse por todo el mundo

Deliberadamente quise ubicar en este contexto a Leonardo Mondadori (1946-2002) para comprender mejor que desde principios del siglo pasado pertenecía a una prestigiosa familia de editores.  Fue presidente de Editorial Mondadori durante 30 años. Al fallecer fue reconocido por su tarea artística y su notable labor de difusión cultural. Comenta Leonardo que, desde su juventud, era excesivo el trabajo que tenía y estaba metido todo el tiempo en sacar adelante la empresa.

Los que lo trataron en esa época dicen que era un hombre serio, que no sonreía, porque todo el día estaba concentrado en llevar adelante la enorme responsabilidad que tenía. Era el primero en llegar al trabajo y el último en salir de la oficina. Sorpresivamente le apareció un cáncer de páncreas. Fue con el oncólogo quien revisó los estudios con detalle y le dijo que su cáncer era muy agresivo y que le quedaban pocos meses de vida.

Lógicamente entró en una crisis existencial porque no era creyente. Por fortuna era bastante amigo de otro funcionario de su consorcio, miembro del Opus Dei. Le confesó que la raíz de su problemática era que no comprendía el sentido del dolor ni, en general, de esa enfermedad porque él se encontraba bastante contento con su trabajo, así como con los frutos y el prestigio de Editorial Mondadori.

Con ese amigo suyo tuvieron largas conversaciones para poder acercarlo a la fe cristiana. Y quitarle las lógicas resistencias y prejuicios. Entre otros recursos le obsequió el clásico libro “Camino” y él se lo leyó pronto. Cuando lo concluyó, le dijo a su amigo “Y ahora, ¿qué sigue?” Aquel buen amigo se dio a la tarea de darle una intensa catequesis y le propuso confesarse.

–Desde muy niño no me he confesado, y ya olvidé cómo hacerlo –le dijo Leonardo.

–No te preocupes, yo te ayudaré a recordar cómo se hace una buena confesión –le contestó el amigo.

–Pero hay un serio problema comentó Leonardo–: la mujer con la que vivo no es mi esposa sino mi amante. Y a mi verdadero matrimonio lo he abandonado.

–Tienes, en conciencia, que abandonar a tu amante e irte a reconciliar con tu primera y auténtica esposa –cortó tajante su amigo.

Leonardo así lo hizo, Reconoció a su amigo que le costó muchísimo dar ese paso. Y con la sencillez de un infante le preguntó:

–¿Qué paso sigue?

Fue así como lo preparó para realizar una buena confesión. A continuación, le presentó a un sacerdote amigo suyo. Lo llevó hasta el confesionario y ahí se desahogó, lloró con abundantes lágrimas y recibió con ilusión los consejos, la absolución y la penitencia del presbítero. Leonardo dijo -en tono de broma- que salió tan contento “que se levantó con ganas de silbar” de lo feliz que estaba.

Su amigo del Opus Dei le preguntó sobre cómo se sentía:

–Con una paz y serenidad que desde niño no sentía. Fue muy emocionante dar este paso, aunque me costó lo indecible. ¡Te agradezco muchísimo todo lo que has hecho por mí! ¡Mi conversión a la fe cristiana ha sido una experiencia maravillosa! –dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Sus familiares y amigos le preguntaban:

–¿Acaso te has hecho la cirugía plástica? Porque estás irreconocible.

Y Leonardo se concretaba a sonreír y respondía:

–He descubierto la infinita bondad de mi Creador.

Luego, dirigiéndose a su amigo  le preguntó:

–¿Y ahora qué pasos debo dar para permanecer cerca de Dios? Me imagino que me lo irás diciendo poco a poco. ¡Pero qué fortuna tener una amistad como la tuya!

El 13 de diciembre de 2002 falleció Leonardo Mondadori –con 56 años– como un buen cristiano. Recibió todos los auxilios espirituales. Se notaba en su semblante la paz y el gozo que dijo que sentía.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de abril de 2023 No. 1451

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