Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
[Los mesoamericanos] crearon melodías para disfrutar en las fiestas, para llevar el compás en los ritos y marcar el tiempo en las guerras. La música era considerada un arte que complacía a los dioses, para que estos les ayudaran a obtener buenas cosechas, velaran por su salud, les dieran lluvias y los premiaran con conquistas.
Siendo la música el más universal de los lenguajes y la destreza en su ejecución un signo de refinamiento espiritual, ante lo que sabemos de la civilización mesoamericana no podemos dudar que en este campo también alcanzó cumbres de las que por la falta de escritura musical apenas hoy sabemos algo, pero que todo se perdió.
Para acercarnos al panorama musical de las culturas amerindias hace 500 años debemos recurrir a cuento sí está a nuestro alcance, en primer lugar las representaciones de instrumentistas en los códices que se han conservado, en las pinturas murales, en los relieves pétreos de los centros ceremoniales y en las figuras modeladas en barro y estuco descubiertas en los sitios arqueológicos; luego, en los instrumentos musicales tales como las flautas de tonos y semitonos y otros aptos para reproducir cromatismos acústicos, finalmente, lo que del caso nos conservaron por escrito los frailes antropólogos y etnógrafos del siglo XVI. Más cercano a lo que pudo ser la forma musical de estas comunidades centenarias son las expresiones autóctonas para fiestas y ritos que aún persisten en Oaxaca, en el Totonacapan y en Yucatán.
Por otro lado, pudiendo sistematizar la clase de repertorio musical prehispánico, estamos ante una realidad estrechamente vinculada a contextos mágico – religiosos, ceremonias y ritos, momentos de júbilo colectivo (mitotes) y hasta de combate y lucha, en resumen, a la fusión oportuna y armoniosa de sonidos, ritmos y movimientos a ser escuchados la más de las veces al público en los centros ceremoniales o en la liza.
Sabemos, por ejemplo, que los mexicas guardaban con mucho respeto los instrumentos musicales en la Casa de la Serpiente de Nubes (la Mixcoacalli), siendo estos de percusión (idiófonos y membranófonos de nombres tales como (huehuetl, tlapanhuéhuetl y teponaztli) y de aliento (aerófonos), pero no de cuerdas, y que armonizaban la voz en la Casa del Canto (Cuicacalli), donde también se instruía en danza, poesía y música. Un caso curioso nos lo ofrecen los vasos silbadores, contenedores de líquidos que sonaban sólo con el movimiento.
Por otro lado, ser músico cualificado era garantía de alta consideración en la sociedad de entonces. Entre los mexicas se les eximía de pagar tributos y podían deambular por los espacios públicos.
Como su forma de educación musical dependía de la transmisión oral, la falta de escritura musical nos impide conservar ningún ejemplo de lo que pudo ser este arte en tales entornos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de mayo de 2023 No. 1454