Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Aristóteles en su obra de la Retórica, hace un análisis interesante sobre las emociones. En esa parte habla sobre el miedo: ‘El miedo es un dolor o una agitación producida por la perspectiva de un mal futuro que puede producir muerte o dolor’. Según este pensador genial, no se temen todos los males, sino solo aquellos que pueden producir grandes dolores y destrucciones que aparezcan inmediatos e inminentes.

En la fe cristiana y católica, se considera el ‘temor de Dios’ como un don del Espíritu Santo orientado a evitar principalmente el pecado y los apegos desordenados. Pertenece a la adoración y reverencia a Dios santísimo. Es un amor reverencial ante la presencia de Dios y ante todo lo relacionado inmediatamente con él, que es lo santo. Por supuesto este don no se identifica con el miedo o el pánico de los paganos, que no conocen al Dios que se ha revelado como Amor.

Jesús en conexión con el Antiguo Testamento, especialmente con los Profetas, presenta a Dios su Padre, en la perspectiva de una sabiduría plena, como Padre bueno y santamente exigente en las obras buenas que se han de realizar. Honrar al Padre significa tener un santo temor de Dios o un amor filial y reverencial, adorante y tierno.

Ponerse al margen de todo pecado y luchar contra éste, es vivir en el santo temor de Dios y en ese sentido ‘es el principio de la sabiduría’ ( cf Sal 110, 10). Bajo este don del Espíritu Santo, el mismo Espíritu nos lleva a recorrer el camino de la plena comunión con Dios.

Jesús invita a no tener miedo (cf Mt 10, 26-33). Debemos confiar plenamente en el Padre ante las amenazas y persecuciones por el nombre de Jesús. Jesús es nuestro defensor y el Espíritu Santo fuerza, luz y consuelo.

Dios Padre en su providencia nos cuida y ‘nos toma amorosamente en serio’. Jesús nos libera de las angustias y de los temores. Él nos libera de las inquietudes, inseguridades y miedos.

La condición es mi total confianza, abandono en el Padre y que siga los pasos de Jesús: pensar como él, amar como él, confiar como él.

En nuestro tiempo y en nuestro ámbito, pueden existir ‘miedos sociales’, por la violencia y los desastres de los profetas de catástrofes; sin ser temerarios, no podemos arrinconarnos temblando de miedo y paralizados.

Ahora más que nunca hemos de confiar en el Padre y en la enseñanza de Jesús. Dios no nos abandona a la desgracia. Por supuesto, hemos de convertirnos a su amor y al mensaje de Jesús, mensaje del Reino, que es mensaje de su presencia amorosa.

Hemos de vivir la misericordia, como el amor cualitativamente superior, y así amar como Jesús ha amado.

Hemos de ser pacientes ante la agresión del mal, aún estado en la Cruz, confiar en el Padre, ’Padre a tus manos encomiendo mi espíritu’.

Tener una confianza ilimitada en el Padre, sin caer en pasividades de resignación.

Jesús nos llama a no tener miedo. Su testimonio y enseñanza son el fundamento de nuestra esperanza firme, hacia un futuro mejor, hacia la vida eterna feliz, en la cual nuestro Padre nos acoge como a sus hijos, amados y queridos desde toda la eternidad.

 

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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