Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa
La oratoria de los líderes en cualquier rincón del mundo parece estar en decadencia, quizá porque están en decadencia así la oratoria como los líderes. Pasó la época de los grandes tribunos cuya palabra estremecía multitudes y cambiaba el rumbo de la historia. No es que el líder tenga que ser orador. Lo que se extraña no es su facundia sino su mudez. No habla mucho porque no tiene que decir, ni un mensaje telegráfico con el que se comprometa, ni una proposición sensata que mejore la crisis, ni una esperanza cierta que vivifique al hombre. Pero ni siquiera un grito a tiempo.
No se pide al líder una palabra florida, simplemente una palabra. Una palabra que sea camino, verdad o vida. No aire endulzado, ni demagogia al uso. Una palabra tan certera y urgente como una flecha que señale rumbos, o nos perdemos. Una palabra veraz que no engañe, ni prometa en vano, ni dore la píldora.
El pueblo que escucha al líder no le exige encajes y afeites, le pide sencillamente que sea claro, veraz y auténtico. Porque es en la noche cuando se necesita una estrella. Líderes hay que escamotean hechos, razones, nombres, verdades, soluciones. Prefieren la bruma y la neblina. No aluden, sino eluden la realidad. No son expresivos, sino evasivos. Tienen un santo horror por llamar a las cosas por su nombre.
Recuerdo a un líder que terminaba así su perorata: “Sigamos nuestros ideales y la marcha de nuestros propósitos de acuerdo con nuestros postulados hasta lograr la meta”. (Aplausos). ¿De qué ideales se trata, cuáles son esos propósitos, en qué estriban esos postulados, cuál es la meta fijada? No podría acumularse, en un solo párrafo, más oscuridad y abstracción; porque el líder no quiere comprometerse. Tiene miedo a la verdad, y quien tiene miedo a la verdad no puede, no debe ser conductor de hombres, de gremios, de masas.
El pueblo, por fortuna, es cada vez más funcional, directo, concreto, suspicaz y de excelente olfato. Sabe cuándo el líder busca el bien común o el propio. Quiere de sus líderes grano, paja no; almendra, pero no cáscara.
Desde el fondo de los siglos, Cicerón que fue político mayor y el orador máximo de Roma, definía la oratoria, las declaraciones, las intervenciones orales de los líderes como verdad que resplandece, verdad que deleita y verdad que mueve y conmueve.
Artículo publicado en El Sol de México, 13 de junio de 1996; El Sol de San Luis, 15 de junio de 1996.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de septiembre de 2023 No. 1472