Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Es una pena que se haya llegado a desvalorar la palabra con sofismas, opiniones sin sustento o simplemente con el compromiso incumplido.

Palabras ostentosas, discursos altivos, promesas de solo discurso de campaña política.

Estos hechos lacerantes para la convivencia humana los podríamos sintetizar con la expresión genial de William Shakespeare (1564-1616), el gran literato, poeta y dramaturgo inglés ‘words, words, words’, es decir ‘palabras, palabras, palabras’ del Hamlet, más allá del contexto de su obra, pueden ser aplicables a nuestro tema.

Es deplorable cuando se separa el compromiso de la propia vida. Ahí está esta enseñanza de Jesús sobre el hombre que tenía dos hijos; los manda a trabajar a su viña. El primero da una negativa, pero después se arrepiente, y va; el segundo, el presumido de solo palabra afirma su obediencia, pero al final no cumple (Mt 21, 28-32).

Esto va directamente a los cristianos, hombres y mujeres de Iglesia, que separamos la palabra de su cumplimiento constante. Decirle a Dios ‘sí’ y con el comportamiento mostrar un rotundo ‘no’, igual que los escribas y fariseos de aquel tiempo.

La conversión del corazón es una lucha constante de decirle al Señor ‘Hágase tu voluntad’ y en verdad secundar el dicho al hecho. Esto último es lo decisivo. Y no prometer y no cumplir. Si esto es deplorable entre personas humanas, cuán ofensivo lo será para Dios, cuando él en verdad nos toma amorosamente en serio.

No bastan las grandes elucubraciones y teorías teológicas sobre Dios, si no se da esa pobreza interior, esa sencillez que con humildad se sigue a Jesús en el cumplimiento de su palabra; él es la Palabra y además el Cumplimiento.

No es posible aceptar las discriminaciones de los ‘impolutos’, que dividen a la Iglesia con sus ataques al Papa Francisco, que solo manifiestan una gran ignorancia de la profundidad de sus posturas evangélicas que exhalan misericordia, en el espíritu del Concilio Vaticano II.

En esa línea, el menospreciar como desecho de la sociedad a los limosneros, drogadictos, alcohólicos. Quizá ellos se nos adelanten en el Reino de Dios.

No es suficiente golpearse el pecho y decir ‘Señor, Señor’( Lc 6,46), sino cumplir la voluntad del Padre en lo que respecta a las obras de misericordia, las corporales y las espirituales.

En la enseñanza de Jesús es inaceptable la postura de aquellos que sienten correr por sus venas la ira de Dios y acusan, amenazan y condenan a quienes no piensan como ellos; incluso se apoyan en visiones apocalípticas de algún neurótico.

El ejemplo palmario es la conversión tardía del ladrón arrepentido que está junto a Jesús en su propia cruz.

Ante Dios en virtud del sacrificio de Jesús, en verdad se da borrón y cuenta nueva. Qué maravilla. Si al principio nos negamos a cumplir la ley de Dios y el mandato de Jesús en el amor total, el Señor nos acoge en su misericordia.

No bastan las palabras ostentosas sin coherencia; la confianza y la humildad en la gracia que el Señor nos ofrece para responder con un ‘sí’ sencillo, devoto, ungido de real conversión. Unir el decir y el hacer.

 
Imagen de Alexa en Pixabay


 

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