El doctor Emanuel Sánchez Guevara es un especialista certificado en Cardiología Clínica por el Consejo Mexicano de Cardiología. Su gusto por la medicina nació cuando apenas tenía cuatro años, y es algo que no se explica, pues nadie en su familia tenía la profesión. Cuando estaba en la universidad ingresó al Movimiento de los Focolares, del cual conserva los valores y enseñanzas que aplica en su relación médico-paciente.
El cardiólogo Emanuel Sánchez es originario de Michoacán. Desde muy joven llegó a Querétaro en donde estudió la carrera de Médico Cirujano por la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Posteriormente hizo la especialidad en Medicina Interna y luego en Cardiología.
Por Rubicela Muñiz
—Doctor, buena parte de la población en México sigue sin tener un acceso digno a la salud,
¿a usted de qué manera le preocupa esto?
Me preocupa porque he visto muchos casos, en algunos puedo ayudar en otras no tanto, y también me ha tocado directamente con familiares que han sido internados en hospitales públicos y en muchos de ellos se resuelve, pero en muchos otros no. Y a veces no es culpa del personal, es culpa de la falta de recursos. No hay suficiente recurso para cubrir la demanda de la población.
—De aquello que juró cuando se convirtió en médico, ¿qué es lo que más le ha costado cumplir por alguna cuestión social o familiar?
Ha sido más familiar. El juramento, primero, es no dañar y eso no me cuesta porque la intención no es dañar a algún paciente. A veces los resultados no son como una quisiera, pero lo más importante es tener la comunicación con el paciente, con el familiar. Lo que me ha costado muchas veces, tal vez, es dejar a la familia para salir a ver a algún paciente. No pasa siempre, es muy esporádico, pero me cuesta desapegarme de mi familia.
—¿Por qué algunos médicos se vuelven poco éticos? ¿En qué momento la parte ética, la parte espiritual, la parte moral se vienen abajo?
Creo que algunas personas, en todas las profesiones, no solo en medicina, si no están en donde les gusta, si no están haciendo lo que les gusta, desde ahí se pierde el gusto por hacer lo correcto. Y a lo mejor no son felices y, desafortunadamente, repercute en terceros.
Al ver cómo actúan algunos médicos, pienso que esa no es el área en donde hubieran querido desarrollarse.
—¿Qué le ha permitido, después de tanto tiempo, conservar principios y valores?
Estar en donde me gusta. El trabajo que hago no lo llamo trabajo. Cuando vengo aquí (su consultorio) me gusta platicar con la gente y me gusta ver los cambios que se presentan. Cardiología es una especialidad muy bondadosa. Yo, por ejemplo, no podría ser oncólogo u oncólogo pediatra, el ver a un paciente que va a morir y no poder hacer nada… en cambio en cardiología es al revés: llegan muchos pacientes muy graves, que a lo mejor son jóvenes, que son activos y que sus familias dependen de ellos, y el simple hecho de hacer algún ajuste en su medicamento o alguna intervención, cambia la vida. Entonces, eso es lo que me motiva a seguir.
—¿La medicina se ha deshumanizado o se ha mantenido al margen de la sociedad que sí se está deshumanizando?
Las dos cosas. Ahorita la sociedad ha perdido mucho de esa humanidad y tiene mucho que ver la familia. Yo, por ejemplo, busco para mis hijos opciones de escuelas que fomenten la unidad familiar porque de ahí se fomenta todo lo demás.
Y la población en general está perdiendo esa interacción con los demás. La tecnología nos está rebasando.
—A la par de sus compromisos familiares y de los pacientes que atiende cada día en su consultorio, se abre espacio para atender a aquellos que menos tienen, ¿qué lo llama o qué los motiva a brindar este servicio gratuito?
Es la empatía, algo que me enseñó el Movimiento de los Focolares, que es ver el dolor en las personas, o ver esos problemas y tratar de hacerlos míos, si no es así, nada tiene caso. El venir aquí y tener una barrera no está bien porque si no hacemos eso, mostrar empatía, no eres feliz en lo que haces y solo vienes a cumplir con un trabajo que no te va a llenar.
—¿Cuándo atiende pacientes como los niños de la casa hogar Unidos con Jesús A.C., u otras personas que no tienen cierta capacidad de pago, se da permiso de sentir compasión, una compasión que no tiene que ver ni con la pena ni con la lastima, sino con ponerse en el lugar del otro?
No solo en las personas necesitadas económicamente. O sea, vienen personas que no tienen necesidades materiales, pero tienen necesidades espirituales. Yo me he sorprendido mucho porque vienen personas sintiéndose mal, con mucha ansiedad, y simplemente con escucharlos, con empezar a tener esa comunicación ya se nota la mejoría. Nosotros debemos poner a Jesús en medio porque los quiero tratar como si fueran Jesús. Así se genera una relación muy bonita.
A veces me sorprendo porque vienen muy mal, les falta el aire y tienen dolor, y se van tranquilos sin siquiera haber dado medicamento.
—¿Qué es lo más satisfactorio que le ha tocado vivir?
El ver esos cambios en los pacientes. Hace poco vi a una paciente muy joven, de 34 años, que llegó con un cuadro de insuficiencia cardíaca. Es algo muy raro pero le tocó a ella.
El punto es que requería un desfibrilador, uno de los aparatos más caros en cardiología, y se me ocurrió preguntarle a la empresa que vende los marcapasos y me dijeron que justo tenían uno que no se había utilizado y que estaban viendo en dónde dejarlo. Por suerte se lo regalaron. Se lo pusimos y le cambió la vida.
Era una paciente con muchos problemas: retenía líquidos, no podía comer y ahora ya está trabajando y tiene una vida social.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de octubre de 2023 No. 1476