Editorial

En la retórica política –esa especie de mentira continuada con la que se trata de opacar la fealdad de la realidad—se llama a los niños “la esperanza del futuro”. Es un recurso usado con frecuencia en nuestro medio: alejar lo cercano y acercar lo lejano.

El reciente encuentro de cerca de ocho mil niños con el Papa Francisco, del cual damos entera noticia en este ejemplar de El Observador, deja en claro que no son la esperanza del futuro, sino la tabla de salvación del presente. Con la frescura que le caracteriza, el pontífice respondió una a una las preguntas de los niños entre 7 y 13 años, seleccionados entre los reunidos en la Sala Pablo VI del Vaticano. Y los hizo repetir a coro una serie de consignas que enaltecen el trabajo por la paz, por el medio ambiente, contra las guerras y a favor de los sueños contra el duro pragmatismo de los amos de esta Tierra.

Es ejemplar que un hombre de casi 87 años, cargado de responsabilidades y enfrentando dos guerras –la de Rusia en Ucrania y la de Israel en la franja de Gaza—tenga el ánimo de dialogar sin límite de tiempo con los niños. Lo hace, como él mismo lo dice, no para adoctrinar, sino para aprender. ¡Cuántas cosas tienen para enseñarnos las verdades de la inocencia!

Las preguntas dirigidas a Francisco muestran la preocupación enorme que tienen los pequeños por el presente del planeta. Y requieren respuestas para el presente. El Papa, con la sabiduría de la fe les ha respondido. Ahora nos toca a nosotros aportar en nuestro metro cuadrado de influencia (cada uno lo tiene) una respuesta creíble, esperanzadora y alegre. Las palabras de rencor no salvan a nadie. Tampoco las del amor abstracto.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de noviembre de 2023 No. 1480

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