Por Jaime Septién
Todas las películas navideñas, desde ¡Qué bello es vivir! hasta El Grinch, pasando por las diversas versiones de Un cuento de Navidad basado en la maravillosa historia de Charles Dickens, tienen un ingrediente común: el perdón, el arrepentimiento, la reconciliación y finalmente el amor humano (para nosotros los creyentes fruto y espejo del amor de Dios a sus criaturas).
Detrás de estas aventuras y desventuras que han pasado por la pantalla grande –y que ahora las tenemos al alcance de la mano en las diversas plataformas de streaming televisivo—está la comprensión, ya sea del personaje sobre las causas del odio que le tiene a los demás, ya sea de los demás que entienden las causas de la debilidad del personaje.
Un pasaje de las Meditaciones del Quijote de José Ortega y Gasset dice: “Entre las varias actividades de amor sólo hay una que pueda yo pretender contagiar a los demás: el afán de comprensión”. El que ama comprende y el que comprende contagia alegría aún en el momento más oscuro. Los psicólogos llaman a esto empatía. El nombre es lo de menos. No solo significa “ponerse en los zapatos del otro”. Va más allá. Tiene que ver con desterrar el odio tanto como la indiferencia.
Son fechas de regalos. Hay uno que no cuesta. Imitar la cortesía de Cristo. Una cortesía que no se conforma con mirar con benevolencia al mundo abstracto ni con lástima al que sufre. Esa es la cortesía incomprensiva. La de verdad es la que penetra en el alma del otro (la del Grinch, la de Mister Scrooge, la de George Bailey por parte del ángel Clarence Odbody) y lo empuja a reconocer que sus males tienen otro remedio diferente a la aspereza y el rencor. Que solo el amor salva. Y que solo el que comprende ama.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de diciembre de 2023 No. 1485