Por Raúl Espinoza Aguilera

Me comentaba un amigo que suele ir al mercado popular de “La Merced” en la Ciudad de México, que estando a fines de noviembre ya han desaparecido todas “las calaveritas” y ahora está lleno de “supuestos” temas navideños.

¿A qué se refería? A una verdadera invasión de arbolitos, foquitos, muñequitos de nieve inflables (hechos de plástico), todo tipo de esferas multicolores y para “Las Posadas” piñatas en forma de los héroes de las series de televisión. Le extrañó que prácticamente no hubiera “Nacimientos” con Jesús, María y José. Llegamos a la conclusión que hay toda una campaña para arrancar de raíz el sentido cristiano de la Navidad.

De igual forma, las figuras del famoso Santa Claus, que nada tiene que ver con la auténtica historia de San Nicolás de Bari. Este obispo vivió en el siglo IV. Nació en el año 270 d.C. Nació en Patara, Turquía y falleció el 6 de diciembre de 343 d. C. en Mira, Turquía. Su veneración se extendió en muchas regiones de Oriente.

Corren muchas leyendas en torno a su figura. Lo que es verdad fue que asistió al Primer Concilio de Nicea en el año 325. Y como tantos pastores de la Iglesia Católica destacó por su generosidad. Al morir sus padres heredó una gran fortuna y la puso al servicio de los más necesitados, según atestigua San Metodio, arzobispo de Constantinopla. Siempre se esforzó por proteger a los más débiles de las injusticias de los poderosos.

La fiesta de la generosidad

La expresión “felices fiestas” se puede entender para personas de otras religiones, ateos o agnósticos. Pero para un católico debe prevalecer la expresión “Feliz Navidad”. ¿Por qué? Porque la ofensa cometida por Adán y Eva llamada pecado original había dejado herida a la humanidad. Dios, infinitamente misericordioso, decidió enviar a sus mensajeros, los profetas. Sin embargo, eso no bastaba. Hacía falta que viniera el mismo Dios a borrar de fondo la gravísima ofensa cometida por nuestros primeros padres. Así que durante siglos se esperaba al Mesías.

Como escribe San Lucas (1, 78-79): “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. El Hijo de Dios Encarnado es el Mesías esperado, el Sol que vino a iluminar nuestra existencia. Es el Emmanuel, o sea, El-Dios-con-nosotros.

Asombra la generosidad y magnanimidad de Dios-Padre que mandó a su propio Hijo, nacido en este mundo de la Virgen María, y que vino a cumplir la misión de predicar la Buena Nueva, realizar los milagros y prodigios profetizados para el Redentor, fundar su Iglesia por medio de sus apóstoles, establecer su cabeza visible (el Papa) y entregar su vida hasta la última gota para redimirnos de todo pecado.

El 25 de diciembre celebramos la venida del Salvador esperado (que es el Hijo Eterno de Dios-Padre). Por ello, decimos “Feliz navidad”, cuyo término procede del latín, como “natividad” o gozoso nacimiento de nuestro Redentor que con su entrega, pasión, muerte y resurrección nos abrió las puertas del cielo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de diciembre de 2023 No. 1482

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