Por Jaime Septién

El video de oración del Papa Francisco para este mes de febrero hace una distinción maravillosa sobre algo que las familias y la sociedad solemos confundir frente al enfermo en fase terminal: que si ya no se puede curar es inútil cuidarlo.

De ahí a la proliferación de leyes a favor de la eutanasia. Francisco nos alerta, citando a san Juan Pablo II, curar es posible, cuidar siempre. En su peculiar estilo afirma que si un enfermo terminal puede parecernos in-curable (Dios tiene la última palabra), no es in-cuidable.

Todo enfermo tiene derecho a un acompañamiento médico, psicológico, espiritual y humano hasta su último aliento. Aunque parezca que no nos oye, que no nos reconoce. Tomarle la mano, acariciarlo. La comunicación tonal está más allá de los sentidos. Es ese vínculo de amor que nos une sin palabras.

Cuando Dostoievski dice que si Dios no existe todo está permitido, dice una terrible verdad. En el caso de los enfermos terminales la ausencia de Dios en quienes le rodean, en la comunidad médica, en la familia misma, propicia la determinación de acelerar la muerte. Se elimina a un ser humano con el egoísmo de proporcionarle “dulzura” en el tránsito. La rapidez disfrazada de compasión. Sin embargo no hay mayor dulzura que la lentitud de la mano del enfermo asida a la mano de quien lo ama y está a su lado.

Cuánto valor hemos cambiado por técnica; cuánta humanidad hemos cambiado por la aridez de “lo práctico”; cuánta ternura tirada al bote de basura, como un recuerdo de tiempos para el olvido.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de febrero de 2024 No. 1492

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