Por Felipe de J. Monroy*

No es sólo una sensación personal, según recientes estudios, la gran mayoría de la población contemporánea considera que el tiempo pasa mucho más rápido. La sucesión vertiginosa e imparable de acontecimientos en nuestra vida cotidiana hace que los días se tornen efímeros, las semanas fugaces y los meses realmente breves dejándonos apilando años secuencial e indiferentemente en memorias que no podemos recordar sino a través de las fotografías de nuestras redes sociales.

A diferencia del pasado, ahora la gente reconoce cierta ‘fatiga inmóvil’ en su vida. Es decir, que siente agotamiento físico y mental aunque no parezca moverse de su sitio. Recorremos los mismos lugares y creamos rutinas inamovibles; damos vueltas en los indistinguibles centros comerciales contemplando idénticos escaparates una y otra vez. De entre el mar de contenidos disponibles, elegimos masiva y colectivamente los mismos; y, aunque nos engañemos de la falsa libertad individual, las plataformas tecno-digitales son nuestros más íntimos confidentes y co-dependientes como lo confirma la intensa relación a la que le dedicamos muchísimas horas cada día.

La solución a esta dinámica, dicen los expertos, está en la pausa, en la reflexión, en el ‘estar aquí-ahora’ y en algo que hoy está muy de moda bajo el término en inglés: ‘mindfulness’. Esto suena moderno pero todo mundo sabe que la humanidad lleva milenios tratando de explorar esa dimensión corporal, emocional y espiritual de nuestra existencia.

Algunas de estas pausas necesarias para recordar en dónde estamos y por qué hacemos lo que hacemos se han concretado en dimensiones comunitarias y compartidas especialmente bajo perspectivas religiosas cuyo sentido es la privación y el ayuno: la Cuaresma, el Ramadán, el Yom Kipur, el Vesak, entre otros. Estas privaciones son rupturas de la cotidianidad, un alto al trabajo interminable y casi siempre implican una lucha contra la intrascendencia de lo material.

Sin embargo, en el tiempo secular –que sigue en su vertiginosa velocidad de activismo y productividad– incluso el descanso y las vacaciones han entrado en una dinámica de intenso consumo, eficiencia, practicidad, utilidad y ganancia (es decir: ¿Qué gano yo con lo que invierto?). Por ello, el ‘mindfulness’ busca rescatar al humano contemporáneo de este carrusel agotador. Eso sí, si el ‘mindfulness’ lo ofrece una agencia, una empresa o un coach como un producto o un servicio, es evidente que la pausa es tan artificial como inútil.

¿Cómo hacer esta pausa entonces? Pienso que algunas respuestas están en las historias recuperadas en el Apophthegmata Patrum, es decir en los cuadernos monásticos con los dichos de las madres y los padres del desierto que se internaron en los agrestes e infértiles eriales para vivir la ascesis virtuosa en un camino bello, honroso y humilde, sin ostentación ni deseos de vanagloria alguna.

Dice una de ellas: «Un monje sintió oscurecerse sus pensamientos y entonces preguntó al cielo: “¿Qué he de hacer en mi aflicción?” Poco después, cuando se levantaba para irse, vio a un hombre como él, trabajando sentado que se levantaba de su trabajo para orar y se sentaba de nuevo para trenzar una cuerda; y se alzaba para orar y después volvía al trabajo. Aquel era un ángel enviado para corregir y consolar al monje. Al ver esa respuesta, el monje se llenó de alegría y fuerza; y obrando de esa manera se salvó».

Hay otra enseñanza que dice: «El que trabaja un bloque de hierro, observa primero en su pensamiento lo que desea hacer: una hoz, una espada o un hacha. De la misma manera nosotros debemos pensar qué virtud buscamos, para no esforzarnos en vano».

Una más que es hermosa en voz de un monje: «Fuimos a ver a otro anciano que nos retuvo a comer. Nos ofreció aceite de rabanitos y le dijimos: “Dános por favor un poco del aceite bueno”. Al oírlo, bendijo la comida y luego señaló: “Yo no sé si hay otro aceite fuera de este”».

Encontrar un desierto espiritual en pleno siglo XXI es casi imposible; pero estos tres relatos nos recuerdan algo que nunca cambiará y seguirá siendo bueno para el corazón humano: la pausa entre el deber y el ser (entre el trabajo y nuestras necesidades espirituales); la reflexión del ser frente al hacer (elegir la virtud antes de trabajar en ella); y la gratitud ante lo que tenemos frente a nosotros (agradecer todo lo bueno que tenemos sin regatear falsas cualidades o merecimientos). Hay otras incontables enseñanzas de estas mujeres y hombres del desierto de hace más de mil 500 años, pero me quedo con esta de la madre Sinclética quien dijo: “Es imposible ser planta y semilla a la vez”. Las pausas son como esa semilla cuya potencia está refugiada en su interior; potencia que después se vuelve planta para ofrecer frutos buenos, justos y sanos.

*Director VCNoticias.com

@monroyfelipe

Imagen de katja en Pixabay


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