EDITORIAL
Un reciente artículo del padre Enrico Cattaneo en la revista de los jesuitas (La Civiltà Cattolica) nos alertó sobre el tema de la semana de El Observador. Si realizamos una encuesta entre cristianos practicantes “difícilmente daríamos con alguien que rece espontáneamente por los gobernantes”. Lo vemos como “algo extraño y sospechoso”.
Sin embargo, tanto en la Liturgia de las Horas como en los salmos, en la tradición apostólica, en la patrística, en las “Oraciones solemnes” de la liturgia del Viernes Santo o en la anáforas o plegarias eucarísticas, constantemente la Iglesia católica ora por los que rigen los destinos de las naciones.
En el Misal Romano de san Pablo VI está la formulación universal que guía el pensamiento de la Iglesia: “Dios todopoderoso y eterno, en tus manos están las esperanzas de los hombres y los derechos de todo pueblo: asiste con tu sabiduría a los que nos gobiernan, para que, con tu ayuda, promuevan en toda la tierra la paz duradera, el progreso social y la libertad religiosa”.
El padre Cattaneo concluye que los cristianos siempre han rezado por quienes tienen la responsabilidad de gobernar, “porque saben que esa autoridad debe ejercerse como servicio y no como dominación; que a través de ella debe buscarse el bien común y no el bien particular; y que, en los inevitables conflictos entre los hombres, esa autoridad debe orientarse no a desencadenar la violencia, sino a encontrar el camino de la paz”.
Lo difícil son los oídos (y el corazón) de quienes nos gobiernan. Pero ese es su problema con la eternidad. No el nuestro.