Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Entre los santos de la Iglesia, la Santísima Virgen María, ocupa un lugar privilegiado en el Corazón de Cristo, en el Corazón de la Iglesia, como en el Misterio de Dios trinitario-Amor; igualmente san José ocupa un lugar singular en el Corazón de Cristo, en el Corazón de la Santísima Virgen María, en el corazón de la Iglesia y, por supuesto, en relación al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Hemos de reflexionar sobre su importancia en la vida histórica de Cristo y de la Santísima Virgen María, según el proyecto de Dios, dentro de la misma Historia de la Salvación; Junto con Abrahán y David, san José es el depositario de las promesas mesiánicas: Jesús Mesías, hijo de David, hijo de Abrahán (cf Mt 1, 1-17).
San Pablo dirá: ‘nacido del linaje de David según la carne’ (Rm 1, 3) y a ‘Abrahán fueron hechas las promesas y a su linaje que es Cristo (Gál 3, 16).
En su Evangelio, san Mateo elabora el relato de la infancia de Jesús, destacando a san José como el Esposo de la Santísima Virgen María y por mismo como el ‘padre legal’ de Jesús. Según las leyes judías, la paternidad legal confiere los derechos hereditarios. Los derechos del linaje mesiánico, y por tanto de san José su depositario, pasan a Jesús en virtud de esa paternidad legal.
Lo que hemos de destacar de san José. No conocemos sus palabras; pero sí sus hechos elocuentes. Es el hombre del silencio contemplativo, profundo y de la acción puntual, dinámica y obediente.
Su vida consagrada al servicio del Dios hecho hombre, Jesús su hijo legal y de la Santísima Virgen María, su Esposa.
Dios le habla en sueños, y ante las dudas de ser obstáculo para el plan de Dios ante la Virgen Santísima, Virgen-Almáh-Parthenos, para que acepte a María en su casa.
Ante el viaje a Belén para el empadronamiento, san José calla y obedece.
Al no encontrar un lugar en Belén y tener que usar es cueva convertida en lugar de animales, san José guarda silencio y sufre, porque no puede ofrecer un lugar mejor.
Ante el nacimiento de Jesús en Belén, san José, calla, contempla y ofrece toda su ternura al Niño y a su Madre.
Ante los cantos de los ángeles, san José, adora al Hijo de Dios hecho bebé, con la ternura y el cariño del padre que expresa el amor eterno del Padre, en su prolongación amorosa en el tiempo, padre virginal, como el Padre celestial.
En la huida a Egipto, San José actúa rápidamente, para proteger el Niño Jesús y a su Madre, de las acechanzas criminales de Herodes.
Qué importante en la vida de Jesús y de María es san José; su protector, su guía, padre amoroso y esposo diligente.
Por eso la Iglesia le da un lugar en su corazón y en la Santa Liturgia con la solemnidad del día 19 de marzo y la memoria del 1 de mayo.
Pío IX nombró a San José, Patrono de la Iglesia Universal y san Juan XXIII incluyó su nombre en el Canon Romano de la Misa. San Juan Pablo II tiene un documento hermoso sobre san José.
Es san José el Maestro interior para conocer y convivir con Jesús nuestro Redentor; nos enseña a alabar y a adorar a Dios con la oración de contemplación, con la oración de los labios y con la oración del trabajo de nuestras manos.
Ante tanta información, ante tanta propaganda, ante tantos escándalos, ante tantas popularidades de artistas, ante tantos políticos que mienten y buscan cínicamente el reconocimiento, está el ejemplo señero de este santo que ama el silencio, que trabaja en lo oculto para la gloria de Dios y la salvación en comunión con su Hijo por toda la humanidad.
Ahí están tantos hermanos nuestros que como san José, trabajan en el silencio construyendo la Civilización del amor; tantas religiosas y sacerdotes que no están en el huracán de la polémica, y sin embargo, como san José protegen y cultivan a la Iglesia de Jesucristo.
Que valoremos al glorioso Patriarca San José, quien ocupa un lugar en el Corazón de Jesús, en el Corazón inmaculado de María, en su plena comunión con la Trinidad Santísima-Dios Amor, y en el corazón de la Iglesia.
Ya que es san José Patrono de la Iglesia Universal, sea nuestro solícito protector.
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