Por P. Fernando Pascual
Después de aquel paseo, empezó un dolor intenso en el pie derecho.
Solemos pensar, ante un dolor así, que durará poco tiempo: hay dolores que llegan y que luego pasan.
Pero en ocasiones el dolor vuelve una y otra vez, se hace crónico, molesta con una frecuencia inusitada.
Cuando llegan dolores que duran semanas, incluso meses, buscamos modos concretos para curarlos, para salir del sufrimiento que nos puede limitar.
Algunos acuden en seguida al médico, para entender mejor lo que está pasando y encontrar, si exista, una rápida curación.
Otros dejan pasar el tiempo, con la esperanza de que ese dolor no dure mucho.
Si no encontramos una terapia rápida y eficaz, y si el dolor da señales de haberse instalado para quedarse, podemos sentir rabia, o una resignación triste, o emprender nuevas luchas para superarlo.
Los dolores indican, normalmente, que algo no funciona, que conviene revisar estilos de vida o comportamientos puntuales que pueden ser dañinos.
Muestran, además, lo frágil que es la existencia humana, sobre todo cuando algunos dolores intensos (pensemos en migrañas o en dolores de muela) nos hacen muy difícil llevar a cabo algunas actividades cotidianas.
No resulta fácil convivir con un dolor que dura, que se instala, que entra a formar parte de los eventos de cada día.
Lo que sí podemos hacer, además de buscar alivio y soluciones, es ver en qué manera un dolor nos permite acceder a nuevos modos de comprender la propia vida y, también, la vida de tantos seres humanos que experimentan dolores continuos, y que saben acogerlos con una extraña paz en sus corazones y con mucha confianza en Dios…
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