Editorial
No termina la violencia de cortarnos la respiración. Cada día tiene su propio escándalo. México es el número uno en el mundo en actividad del crimen organizado. Y de esa actividad, junto con la inactividad de las “autoridades” que tienen el monopolio de la fuerza pública, nuestro país está de rodillas. Literalmente de rodillas: por la violencia extrema y pidiendo que se detenga este rosario de ignominias.
Por su brutalidad —aunque diariamente son asesinados cuatro menores de edad— el caso de Camila, la pequeñita de Taxco que, con sus ocho años fue raptada y asesinada, nos ha dejado sin resuello. Más aún la venganza pública contra los presuntos asesinos, que llevó a la muerte a una mujer. Las escenas que han sido difundidas a lo largo y ancho de las redes sociales (mismas que no deberíamos ni ver ni, mucho menos, como en algunos casos, festejar como “justicia pública”) muestran no al México bronco, sino al México destartalado, frustrado, envejecido, indispuesto al bien.
Cuando la doctora Sheinbaum firmó con reticencias el pacto de paz que propuso a los candidatos a la presidencia la Conferencia del Episcopado Mexicano, los jesuitas y las religiosas y religiosos del país, dijo que no estaba de acuerdo con que el tejido social del país estaba roto; cuando el presidente López Obrador dice que México está en paz, ¿de qué rayos están hablando? ¿De qué país, por el amor de Dios?
Pequeña Camila: te pedimos perdón. Tu muerte refleja la podredumbre del corazón de un país que no se levanta de su ruina moral. Penetrado por el crimen, agobiado por la corrupción. Que Nuestro Señor te ampare. Desde tu inocencia, ruega por Taxco, por Guerrero, por México. Y pide a la Virgen de Guadalupe que limpie los ojos de quienes nos gobiernan para que vean la realidad y no los esperpentos ideológicos con la que quieren disfrazarla. Esa es tu tarea ahora: la nuestra será recordarte.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de abril de 2024 No. 1500