Fray Bernardino de Sahagún que, tras de estudiar en la Universidad de Salamanca, había llegado con otros franciscanos a la Nueva España en 1529, al dedicarse por entero en México a indagar sobre las antigüedades de la cultura indígena, tuvo ocasión de encontrar “en papeles y memorias” una especie de transcripción, un tanto tosca, de esas pláticas que habían sostenido los doce con los sabios mexicas.

Sahagún había conocido además a casi todos esos primeros frailes puesto que había llegado a México sólo cinco años después de ellos. De los mismos debió escuchar relatos sobre lo que les había acontecido desde que pusieron pie en México. Nada tiene, por tanto, de extraño que esos viejos papeles y memorias que halló en Tlatelolco le atrajeran sobremanera. Él mismo refiere lo que entonces llevó a cabo. Su propósito fue ordenar y poner “en lengua mexicana bien congrua y pulida” los textos de esas pláticas, temprano testimonio del encuentro de indígenas y franciscanos. He aquí lo expresado, por Sahagún respecto de esa “memoria”:

La cual se volvió y limó en este Colegio de Santa Cruz de Tlatilulco este sobredicho año [1564] con los colegiales más hábiles y entendidos en lengua mexicana y en la lengua latina, que hasta agora se han en el dicho colegio criado; de los cuales uno se llama Antonio Valeriana, vecino de Azcapotzalco, otro Alonso Vegerano, vecino de Cuauhtitlán, otro Martín Jacobita, vecino deste Tlatilulco y Andrés Leonardo también de Tlatilulco. Limóse asimismo con cuatro viejos muy prácticos, entendidos ansí en su lengua como en todas sus antiguedades.

El primer capítulo de los Coloquios muestra a los franciscanos presentándose a sus oyentes. Es hermoso ver cómo dicen lo que no son y lo que sí son, mostrándose tan vulnerables como cualquier otro ser humano:

“No nos miréis como si estuviéramos por encima, porque nosotros sólo somos semejantes vuestros; también nosotros somos macehuales, gente del pueblo; también nosotros somos hombres, como vosotros lo sois; de ninguna manera somos dioses”.

“También nosotros somos habitantes de la tierra; también bebemos, también comemos. También morimos de frío, también padecemos calor, también somos mortales, somos perecederos”.

Luego explican que han venido “sólo por compasión de vosotros, por la salvación vuestra”, y exponen quien es el verdadero Dios, y cómo Jesucristo, en cuanto hombre, tiene un reino acá en el mundo.

También enseñan sobre la creación de los ángeles, la caída de Lucifer y de cómo ésta determinó la persecución del género humano.

Por supuesto, también se recogen las respuestas de los señores principales a los frailes; por ejemplo, cuando dicen que la misión de ellos ha sido en vano, pues “nosotros también tenemos a nuestro dios…; también nosotros reverenciamos y obedecemos y servimos a aquél que también llamamos, por quien se vive… ¿Qué otra cosa, acaso habéis venido a enseñarnos?”.

A pesar de una exposición mucho más completa de la fe cristiana, los nobles responden:

“Vosotros dijisteis que nosotros no conocíamos al Dueño del cerca y del junto, a aquél de quien son el cielo, la tierra. Habéis dicho que no son verdaderos dioses los nuestros. Nueva palabra es ésta, la que habláis, y por ella estamos perturbados, por ella estamos espantados…”.

“Eso no lo tenemos por verdad, aun cuando os ofendamos. Haced con nosotros lo que queráis. Esto es todo lo que respondemos…”.

Lamentablemente no se conserva el contenido de los capítulos 15 al 30 de los Coloquios, por lo que no es posible juzgar el grado de aceptación que tuvo la predicación; pero no deja de ser un gran testimonio de la evangelización.

Con información del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y El Observador de la Actualidad 1369.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de mayo de 2024 No. 1505

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