Por P. Joaquín Antonio Peñalosa
La gente ve, oye, platica y experimenta la escalada del delito. La violencia, el robo, la violación, el atentado contra la persona y contra la propiedad. La gente sufre una psicosis de intranquilidad e inseguridad. Se atrancan las puertas, se recurre a perros y pistolas, artefactos para asegurar el carro, se sale a la calle sin reloj y apenas el dinero necesario para el transporte. Es la hora de las víctimas y los verdugos.
Pero la gente solo ve y comenta los hechos delictivos que crecen en su entorno sin contemplar sus porqués. Nos quedamos en la superficie sin bucear en las causas de los delitos, causas profundas y arraigadas de las que todos somos responsables en menor o mayor medida.
Entre estas causas surge, a ojos vistas, la crisis económica, el desempleo, el alza de los artículos de primera necesidad, el salario insuficiente. ¿Cómo vivir sin trabajo o con trabajo mal remunerado?
La droga es otro de los principales móviles de la delincuencia actual; problema personal y social. Cuando la policía sueca dedicó, por algún tiempo, la mayor parte de sus efectivos a la lucha contra el tráfico y consumo de la droga, incluido naturalmente el alcohol, el descenso de la delincuencia fue espectacular.
La descomposición familiar produce resentidos asociales, solitarios, arrojados a la intemperie, sin frenos de amor ni de respeto, hijos de la aventura y habitantes de la calle.
El ambiente social malsano infecta sobre todo a los jóvenes que son fácilmente arrastrados al vicio, vinculados a la pandilla, seducidos por amigos iniciados en la delincuencia. La incitación al consumismo es otra de las causas poderosas de los delitos que sufre la sociedad; porque con tal de tener y comprar esto y aquello, sentirse dueño de residencias, cuentas bancarias, autos descapotables, se roba con pistola en mano o tranquilamente con una firma desde un escritorio ejecutivo. Sabio refrán: la ambición hace al ladrón.
La mayor causa de la delincuencia que nos ahoga es la pérdida de los valores morales. Al hombre no le interesa practicar el bien y evitar el mal, no le interesa el deber y la conciencia, las leyes naturales y positivas, las prescripciones humanas y religiosas. Un hombre pobre, pero rico en valores morales, no roba. Roba el inmoral, roba el amoral, no el hombre justo.
La gente ingenua cree que la delincuencia se acabará con policías -que desde luego son necesarios-, sin percatarse de que todos, todos somos responsables de esta lucha entre víctimas y victimarios.
Artículo publicado en El Sol de San Luis, 17 de mayo de 1997; El Sol de México, 22 de mayo de 1997.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de junio de 2024 No. 1509