Por Arturo Zárate Ruiz
Ateos, no pocos “ilustrados” y muchos protestantes se burlan de la teología católica pintándola como una discusión sobre cuántos ángeles danzan sobre la punta de un alfiler. De estudiar verdaderamente teología, tendrían la respuesta: los que así lo quieran, aun todos. Por su inmaterialidad, no están limitados por los espacios materiales. De allí que puedan posarse todos o ninguno sobre ese alfiler si les da o no la gana. ¡Sí!, gozan de libertad, por ello unos son buenos y adoran a Dios, y otros, tras decidir Non serviam, como Luzbel, ahora Lucifer, prefirieron, soberbios, irse al infierno. Un tercio de ellos, leemos en el Apocalipsis, lo acompañaron.
A esos criticones hay que recordarles que académicos contemporáneos muy famosos siguen investigando a los ángeles de una manera no supersticiosa (como sí ocurre con los seguidores del “new age”) sino inteligente. Mortimer Adler lo ha hecho. Él fue el responsable de integrar la colección The Great Books of the Western World, que se incluye como acompañante de la Enciclopedia Británica. En la introducción de esa colección y en su libro Los Ángeles y nosotros explica cómo el investigar a los ángeles es un importante ejercicio de la razón, por ejemplo, al evitar suponer que lo que no se ve no existe.
De los ángeles quiero destacar sus jerarquías, según las han distinguido teólogos como santo Tomás de Aquino, y destacar la relevancia que el conocerlas tiene para nosotros, los hombres, «un poco inferiores que los ángeles», según dice el salmo.
Una exposición simplificada, no dogmática, de estas jerarquías es la siguiente. Son tres, y cada cual se integra por tres coros. La primera jerarquía es la de quienes se concentran en contemplar a Dios como Dios. Los serafines, más cerca, se encienden ante Amor; los querubines se pasman ante la misma Sabiduría; los tronos se asombran ante el Justo. La segunda jerarquía la integran quienes además contemplan y participan con la Providencia en los principios y causas universales de su obra. Las dominaciones se encargan de emitir las órdenes que regulan el universo; las virtudes, las ejecutan; las potestades, las preservan. La tercera jerarquía corresponde a los ángeles que desempeñan tareas particulares. Los principados son los ángeles guardianes de naciones enteras. Los arcángeles son guardianes de sus líderes. Finalmente, cada persona goza del cuidado de un ángel guardián particular.
He aquí unas reflexiones.
Ciertamente, los hombres somos muy importantes para Dios. No sólo destinó para cada uno un ángel guardián particular, también decidió el Señor hacerse Hombre, no ángel, para salvarnos a nosotros. Pero no pensemos por ello que su Providencia se reduce a los humanos. Es infinitamente mayor. Al menos se extiende también a los ángeles, quienes, al parecer, nos exceden en número. No sólo están allí los guardianes particulares, también los ocho coros restantes que se ocupan de otros asuntos, de hecho, más importantes que cuidarnos: contemplar y servir directamente al Altísimo.
Los ángeles así nos recuerdan el mandamiento más importante: amar a Dios sobre todas las cosas. Y aunque no los necesite ni a ellos ni a nosotros porque se basta a sí mismo, quiere Él que sea así y lo sirvamos, para que, en el servicio a Él, y también a nuestros prójimos, nos parezcamos más a Él, quien es Amor, y de este modo seamos felices. Ése es el gozo de los ángeles buenos que, según se nos narra en el Génesis, suben y bajan una escalera, para servir de un modo al Señor, y del otro a las criaturas. No hay otra manera de alcanzar la verdadera alegría.
Recordémoslo, el non serviam es de los demonios.
Dos cosas más:
Aunque corporales siempre, en el Cielo, por estar inscritos en Jesús, no sufriremos de limitaciones materiales como las actuales. En eso nos pareceremos a los ángeles.
Finalmente, Dios quiere que seamos amigos de ellos. No sólo nuestro personal ángel guardián, sino todas las huestes celestiales pueden venir en nuestro auxilio cuando las necesitemos. Acudamos a ellos.