Por P. Fernando Pascual

El teléfono móvil dio la señal. Acababa de llegar un mensaje del jefe del departamento. «Necesito, para mañana, el informe completo de los gastos de este mes».

El empleado recibe el mensaje, pero experimenta una cierta inquietud. La nota es clara y breve, y, sin embargo le falta algo…

Podemos decir las cosas de muchas maneras. Una breve, casi telegráfica: no funciona la lámpara, hay que pagar el seguro del coche, urge llamar al director del colegio.

Otra, con un poco de «carne» y un mucho de tacto humano, conscientes de que estamos hablando con alguien concreto y «sensible».

El jefe del departamento podría haber iniciado su mensaje con un buenos días, aunque fuera breve. Incluso con un interés por la salud de su empleado.

«Le mando un saludo. Espero que esté muy bien. Quería pedirle, por favor, el informe…»

Unas pocas palabras «de más» dan un tono diferente al mensaje. El contenido básico es el mismo: hay que hacer el informe. Pero al menos hay un barniz de humanidad.

Es cierto que vivimos en un mundo de prisas, donde la avalancha de mensajes nos obliga casi a ser telegráficos.

Sin embargo, los pequeños detalles de atención, que valen hoy como ayer, permiten reconocer que somos seres humanos, que hay valores más importantes que la efectividad laboral o la brevedad de un mensaje.

El empleado toma su celular y escribe el mensaje de respuesta: «Un saludo y con gusto me pongo a trabajar. Espero terminar a tiempo, si no hay contrariedades. Nos vemos más tarde».

La respuesta ha sido un poco más larga, quizá formal o rutinaria. Pero encierra un pequeño esfuerzo. Alguien ha buscado decir las cosas de otra manera, y en un mundo como el nuestro un detalle que humaniza las relaciones tiene un valor imponderable…

 
Imagen de Pexels en Pixabay


 

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