Por Arturo Zárate Ruiz

En el repertorio de chistes de Catón, un escritor de Saltillo, destacan los que retratan la Pía Sociedad de Sociedades Pías. El mero juego de palabras ya causa risa.

¿Pero es válido reírse de quienes se ocupan de las obras de misericordia?

Bueno, no me sorprendería pues personas con sentido del humor se ríen aun de curas, del mismo Dios, y, ciertamente, de su propia madre, y vale, si la humorada es ingeniosa y de buen gusto.

No falta que se presente la ocasión. A veces, como dice el dicho, los píos “se ponen de pechito”. Ocurre, por ejemplo, cuando despliegan su “generosidad” para lucir meramente en una foto, lo que, reconozco, suele ser válido para promover la recaudación de fondos que permitan continuar con la beneficencia. Lo hace el gobierno, espero yo, para demostrar que los impuestos están trabajando. Lo hacen las organizaciones civiles asistencialistas para demostrar su mayor eficiencia. Lo hace la misma Iglesia para poner ejemplo de atender a los más débiles y para atraer donaciones que para ello se necesitan.

El problema surge cuando todo ocurre al estilo de Susanita, la amiga de Mafalda. Se organizan grandes banquetes con langosta y caviar para, con los fondos recaudados, conseguir sobras de fideos aguados, de esos que comen los pobretones y finalmente regalárselos haciéndoles ascos.

Surge aun cuando la beneficencia es genuina y de calidad, pero el benefactor actúa con vanidad, para sólo lucirse, no por amor a los desventurados. Consigue ése el aplauso de otros vanidosos que lo ven, no el beneplácito de Dios, quien advierte: «Cuando socorras a un necesitado, hazlo de modo que ni siquiera tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha».

Es común también el clientelismo. Los políticos son muy hábiles en ello. Hablo de los que reparten tortas para conseguir asistentes a sus mítines, y el voto de ellos. Funciona porque sobran quienes por una torta toman tal o cual decisión. Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas.

En forma más sutil lo practican algunas organizaciones civiles. Promueven la salud con campañas que cautivan a un gran público, pero al mismo tiempo promueven la promiscuidad y el aborto. La organización Planned Parenthood de Estados Unidos lo lleva a niveles descarados.

Hay también organizaciones, como algunos clubes sociales de servicio. Son de elogiar por sus excelentes acciones, como combatir la polio a punto de erradicarla en el mundo. En ellos no parece haber clientelismo. Con todo, aunque no haya malicia en ello, en alguna medida promueven el indiferentismo al diluir la fe en portarse bien. Basta ser bueno, parecieran pensar, no hay necesidad de creer en Jesús.

Se dan, como contraparte, agrupaciones religiosas abiertamente clientelares. Reparten hasta refrigeradores y automóviles en colonias pobres siempre y cuando los beneficiados acepten y abracen sus doctrinas. Cuando muchacho, iba a jugar baloncesto a las canchas de los mormones, pero una vez que sabían que seguiría siendo católico, me echaban de allí.

Eso no debemos hacerlo los católicos. No digo que no cuidemos primero a los de la casa, como cualquier familia lo hace. Pero si nos es posible no debemos de ningún modo excluir a los demás en la beneficencia. Nos lo enseñó Jesús simulando rechazo a la cananea que pedía la curación de su hija. Finalmente, Jesús atendió sus ruegos. También lo debemos hacer así nosotros.

Merecen una mención los que son ajonjolí de todos los moles. Participan en cuanta obra pía se desarrolle, y dirigen muchas nuevas más. Conozco personas así que son excelentes y de buen corazón. Sin embargo, corren el peligro, por tanto activismo, de ser “candil de la calle pero oscuridad en su casa”. Aun si atienden bien a los de su casa, deben cuidar de sí mismos, no sólo su salud física, también la espiritual. Deben procurar estar en paz con Dios.

En fin, se dan quienes detestan la beneficencia y el asistencialismo. Los consideran medios para adormecer a los pueblos con migajas. Proponen, en cambio, la lucha de clases y la revolución, aunque el vecino esté a punto de morirse de hambre.

Cualesquiera que sean los casos, por más ocupados que estemos en mejorar el mundo no podremos lograrlo en verdad si no mejoramos primero nosotros mismos.

 


 

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