Por P. Fernando Pascual
La palabra “conciencia”, en uno de sus significados, se refiere a la conciencia moral. ¿De qué se trata? De una capacidad humana que nos permite distinguir entre el bien y el mal desde el punto de vista ético.
En otras palabras, la conciencia moral es una dimensión de nuestra mente que nos ayuda a reconocer bienes que deberíamos realizar, y males que deberíamos evitar.
Así, la conciencia nos dice que no puedo (es decir, no debo) comer esa carne que daña mi salud, o que no puedo mentir a un amigo para obtener un beneficio deshonesto.
La conciencia no ayuda en esa importante tarea que debería realizar cuando está deformada, o engañada, o simplemente carece de una buena educación.
Por falta de esa buena educación, hay conciencias que piensan que algunos males son bienes, y que algunos bienes son males.
El problema de esos errores de conciencia consiste en que uno llega a cometer acciones malas con la convicción interior (equivocada) de que está haciendo lo correcto.
De ahí surge la importancia, o mejor la urgencia, de educar bien a la conciencia, incluso desde la niñez.
Así, resulta clave ayudar al niño a llamar a las cosas por su nombre, a reconocer lo malo como malo, aunque al inicio solo lo haga de un modo inmaduro o incompleto.
Cuando en dibujos animados, o series de televisión, o juegos electrónicos, el niño no es capaz de distinguir entre lo malo y lo bueno, puede iniciar una deformación más o menos inconsciente que le haga difícil formar bien su conciencia.
Los padres y educadores, y también quienes preparan material literario y recreativo para los niños, pueden hacer mucho para ayudarles en la formación de una buena conciencia, orientada a reconocer lo malo como malo y lo bueno como bueno.
Desde luego, no basta con saber: resulta fundamental aprender a amar lo bueno, incluso a gozar cuando hacemos las cosas que debemos hacer.
Pero el gusto por hacer lo bueno requiere siempre, como un presupuesto básico, formar la conciencia para que emita juicios morales orientados a la verdad.
Esos buenos juicios morales, según un lenguaje que todavía tiene validez, se recogen en lo que llamamos ley moral natural (o simplemente ley moral), que es capaz de reconocer grandes principios éticos que luego podemos aplicar a las situaciones concretas de la vida.
En conclusión, educar bien la conciencia implica emprender un camino formativo para exponer y fundamentar el valor de la ley moral natural, de manera que luego sea posible amarla y trabajar por llevarla a la práctica, para la plenitud personal y para promover una sana y justa convivencia entre todos.