Desde muy pequeña, Teresita tuvo claras dos cosas: que tenía miedo a la oscuridad y que le espantaba la mentira. De esas dos cosas, siempre intentaba huir. Era una niña muy inquieta, sobre todo por dentro, donde tenía lugar su aventura más interesante: la amistad con Jesús.

A veces imaginaba que sería monja. Cuando tenía 9 años, fabricó con las cortinas de su cuarto una especie de “celda” para hablar a solas con Dios, imitando las que tienen las monjas en los conventos.

Otras veces, pensaba que se iría como misionera a un país lejano para hablar de Jesús. En realidad, a Teresita le hubiera encantado ser “todo”: misionera, monja… Más tarde supo que de lo que se trataba era de ser “todo lo que Dios quisiera”.

A los 14 años, se dio cuenta de que Dios la quería monja. En su celda del convento solo había una cama, una manta y una mesa. No había agua, electricidad ni calefacción. Pero ella decía que su celdita “le encantaba”. Al principio, la vida en el convento no le resultó muy fácil, pero en todas las ocasiones quería agradar a Dios. En el recreo buscaba a las monjas que le resultaban menos simpáticas para estar con ellas; y, cuando más tarde se puso enferma, ofrecía sus sufrimientos por los misioneros, acordándose de que ellos seguro que estaban peor.

No pudo ser monja mucho tiempo, porque Dios quiso llevársela pronto con Él. En este 2025 cumple cien años de haber sido canonizada y desde el cielo sigue haciendo bien su trabajo por las misiones, por los sacerdotes y por toda la Iglesia.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de junio de 2025 No. 1560

 


 

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