Por Mónica Muñoz

En 2010, con bombo y platillo, se celebraron 200 años del movimiento de Independencia encabezado por el Padre de  la Patria,  Don Miguel Hidalgo y Costilla, quien al grito de ¡muera el mal gobierno! y ¡Viva Fernando VII!,  animó a los fieles del pueblo de Dolores  a quitarse el yugo de la esclavitud del virreinato español.   Con algunas variantes en cuanto al día, desde 1812 se celebra el “Grito”  con el que se marcaba el inicio de nuestra “santa libertad” como lo manifestara Don José María Morelos y Pavón en sus “Sentimientos de la Nación”.

Hoy, a 203 años de distancia, el famoso “Grito” es una parte hermosa de nuestra historia, aunque no del todo comprobada, pues según los historiadores, no hay documentos que apoyen las verdaderas palabras que dirigió el Padre Hidalgo en su arenga, sin embargo marcan el comienzo de la lucha que logró que el 28 de septiembre de 1821 se firmara por fin el acta de Independencia de México.

La historia de nuestro país nos habla de un doloroso nacimiento a la vida independiente, libre de ataduras políticas con España, pero también de intervenciones extranjeras que han buscado constantemente apoderarse de México, convirtiéndola en una nación apegada a sus lineamientos y maneras de pensar, misión que, sutilmente, han logrado mediante tácticas menos agresivas y hasta agradables, pero definitivamente más efectivas, porque, sin darnos cuenta, los hemos hecho parte de nosotros, absorbiendo con fruición sus mieles con el paso de los años.

¿Independientes?

Basta echar un vistazo a lo que la televisión ofrece a sus consumidores, estamos invadidos de programas y comerciales que asedian nuestro espacio íntimo, con nuestro permiso, por supuesto, y que nuevamente nos han convertido en esclavos de un consumismo latente en todos los estratos sociales. No por nada en México tenemos cifras de elevada pobreza que se estrellan vergonzosamente frente a las que nos colocan como el país con mayor cantidad de obesos.

Por todos lados vemos publicidad en inglés que penetra nuestros sentidos, haciéndonos desear cuanto objeto ofertan y que volverán nuestra vida más cómoda,  placentera y envidiable.  Es así que no concebimos nuestra existencia sin un teléfono celular de última generación, ropa de marca que nos distinguirá del resto, comida rápida que nos llevará al éxtasis del sabor junto a bebidas que prometen un mundo mejor y autos que nos enviarán al espacio del lujo y el placer.  Además, como si esto no fuera suficiente, los productos milagro que nos transformarán en personas atractivas y deseables están a la orden del día y al alcance de un clic de la computadora.  Eso sí, todo a módicas mensualidades que al final de la historia nos someterán durante años a pagar cantidades estratosféricas.

Con tristeza podemos ver las consecuencias de pertenecer a una nación libre, aquella en la que faltan las oportunidades a millones de mexicanos que no pueden completar su educación primaria a la cual, por ley, tienen derecho, sin embargo, no cuentan con los recursos económicos necesarios para solventar sus necesidades más urgentes y que podrían amortiguarse si no fuésemos tan indiferentes, porque es cierto también que nuestra “independencia” se ha transformado en adormecimiento y desidia, pues esperamos que todo lo resuelva el gobierno siendo que, como sociedad, no sólo tenemos el poder de levantar la voz y reclamar nuestros derechos, sino de transformar nuestra realidad y convertirla en progreso.

Vivimos en esa aparente independencia que nos hace rechazar lo que produce el país y consumir productos extranjeros, que nos ha vuelto individualistas y egoístas, pues no nos interesa lo que le ocurra al prójimo mientras no nos afecte a nosotros.  Esa falsa  independencia que permite el atropello de los derechos humanos, sobre todo del mayor y fundamental que es el derecho a la vida, ante la indolencia de impávidos espectadores que nada hacen para impedir que se acabe con los más indefensos.

En fin, que el espejismo de nuestra independencia está, paradójicamente, envuelta en la dependencia económica, política  y moral, por mencionar sólo algunos aspectos, de una minoría que se ha convertido en dueña de nuestras vidas y decisiones, porque el grito de independencia lo dan a diario nuestros hermanos en desgracia, no nos conformemos con juzgar por las apariencias, ahondemos en las situaciones de emergencia que piden desesperadamente nuestra intervención y hagamos de nuestro México una nación verdaderamente justa, libre y soberana.

Por favor, síguenos y comparte: