Por Mónica Muñoz | 

Un mal que aqueja a la sociedad de estos tiempos es el egoísmo, el cual, a pesar de disfrazarse de diversas maneras, es  muy fácil detectar, basta con mirar  el culto que se rinde al cuerpo en todas sus expresiones, porque ya no es visto como la perfecta creación de Dios, hecha a su imagen y semejanza, ahora se trata de colocarlo en una vitrina para la contemplación de propios y extraños, pero, obviamente, para que la “mercancía” expuesta sea deseable, hay que “ayudarle” a la naturaleza para hacer más hermoso lo que ya tiene.

Y vemos por todos lados anuncios de aparatos para hacer ejercicio y deshacerse del sobrepeso, no como una opción saludable sino para moldear la figura y encajar en los estándares de la moda, que marca que tanto hombres como mujeres, cada vez sean más delgados.  Como consecuencia, tenemos personas enfermas de anorexia, bulimia, vigorexia, o bien, se someten a dietas rigurosas que hacen peligrar su salud, toman remedios milagrosos para quemar grasa y, si nada de esto funciona, acuden a las cirugías, bien para colocarse un globo gástrico, engrapar su estómago para reducirlo de tamaño o realizase una liposucción.

Ah, pero no sólo se trata de ser un esqueleto viviente, también debe mantenerse joven a como dé lugar, entonces hay que comprar todas las cremas y tratamientos maravilla que alisarán la piel, acudir a las clínicas de belleza donde aplicarán toda su sabiduría para retrasar el tiempo de los rostros marcados por las arrugas de la experiencia y la edad, hacer cita en los spas de lujo donde los sorprendentes rayos láser, infrarrojo y ultravioleta harán su magia, y si nada de esto funciona ya, el cirujano plástico se encargará del trabajo.

En esta época hedonista, donde el consumismo marca la diferencia entre ser exitoso o perdedor, el ser humano ha perdido de vista lo trascendente, nada de lo que haga con su cuerpo para mantenerlo bello será tomado en cuenta para su salvación; gastar tanto y perder valioso tiempo en gimnasios y centros de estética nada bueno deja al alma, solamente aleja a la persona de lo que verdaderamente vale la pena.

Y mientras tanto, millones de seres humanos claman por un pedazo de pan y un techo donde guarecerse del inclemente frío, unos cuantos compran cosas inútiles, eso sí, ofertas irresistibles, pero los más no saben si mañana tendrán dinero para solventar sus más urgentes necesidades.  El egoísmo hace olvidar a los afortunados que lo que tienen debe ser para compartirlo con los más necesitados.

Esta postura egocéntrica hace creer a las personas que vinieron a este mundo a gozar y vivir bien, que el sufrimiento no está hecho para ellos, porque son muy buenos y merecen todo, ya no quieren sacrificarse ni dar su brazo a torcer para arreglar los problemas que puedan tener con sus seres queridos, si alguien necesita ayuda, piensan: “que se rasque con sus propias uñas, quién le manda”, “mientras no me afecte, qué importa lo que pase con el de enfrente”, total, que el egoísmo toma muchas formas y nos va deshumanizando.

Es cierto que para amar al prójimo debe amarse primero uno mismo, pero eso no quiere decir que tengamos que ponernos en primer lugar, siempre y antes que nadie.  Significa que valoremos nuestro ser persona para entender que los demás seres humanos son igualmente valiosos y que merecen respeto.  Es ver a los demás como hermanos y ponernos en sus zapatos, empatizar con ellos y buscar su bien, así como deseamos que nos traten a nosotros.

Es entender que todos vivimos en un mismo planeta y que tendremos un mismo fin, que seremos juzgados de acuerdo a nuestras acciones y que en eso no hay marcha atrás.  El egoísta terminará solo porque no ha sido capaz de preocuparse por sus semejantes, se fija en lo que le agrada y da placer pero no sirve para proporcionar alegría a quienes lo rodean.  Aún es tiempo, a partir de ahora, vivamos el “nosotros” y dejemos atrás el “yo”.

 

 

 

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