El desconocimiento de valores, ya sea por descuido, omisión o ignorancia, provoca que ni la información ni el contenido tengan limites
Por Mónica Muñoz
Actualmente estamos acostumbrados a escuchar una frase que, al parecer, ya no nos causa sorpresa: vivimos una seria crisis de valores que ha provocado que la humanidad parezca anestesiada ante la desgracia ajena. Basta dar un vistazo al éxito que ha alcanzado la plataforma de Netflix con su sonada serie “El juego del calamar”, que, además de ser extremadamente violenta, tal parece que ha marcado una diferencia en los gustos de la audiencia, quienes, en lugar de sentirse escandalizados, se solazan ante la muerte ficticia de los participantes de la serie y hasta buscan en internet cualquier mercancía relacionada para continuar con la moda.
No cabe duda de que estamos experimentando un efecto narcotizante, como lo describían los teóricos de la comunicación Lazarsfeld y Merton a mediados del siglo pasado, frente a los contenidos que presentan los modernos medios masivos. Lo que antes nos llegaba a través de la televisión, ha sido sustituido por el internet y las plataformas de renta de contenidos audiovisuales, llamados “streaming”. (Muraro, 1977)
Contenido denigrante
Poco a poco el público se ha visto invadido de información de toda clase, ahora de manera inmediata se entera de los problemas que ocurren en el mundo, comenta y hasta critica, pero nada hace al respecto para solucionarlos, además, su gusto estético se ha deteriorado de manera alarmante, si bien, cuando en siglos pasados el entretenimiento “culto” estaba destinado para las clases sociales pudientes, ahora que toda la gente tiene acceso a ellas, prefiere elegir entretenimiento de la más baja calidad.
Por eso no debe sorprendernos que cada vez más las personas decidan ver series que denigran al ser humano en lo más sagrado que es su vida, anteponiendo una falsa apariencia de bondad y preocupación por la discriminación que sufren ciertos sectores de la sociedad, porque abundan los programas en los que se aborda la defensa de tal o cual minoría, pero tratándose de la vida humana, no escatiman en gastos para propagar la idea de que, si estorba, es mejor eliminarla.
La crisis de valores
No cabe duda de que no es únicamente una crisis de valores, es el desconocimiento de ellos, ya sea por descuido, omisión o ignorancia de quienes deberían inculcarlos, comenzando con los padres de familia y continuando con los educadores de las escuelas e Iglesia.
No se trata de echar culpas, sino de buscar acciones concretas para remediar esta situación. Los valores humanos y morales están presentes en el ser humano de manera inherente, no se trata de un invento que se desee imponer, por el contrario, el hecho de conocerlos correctamente y ejercerlos ayuda a la persona a convivir cívicamente con sus semejantes, y si se elevan al grado de virtudes, es decir, si pasan al plano de la vivencia personal, se notará la diferencia en el trato con los demás. (Gallego Jiménez & Vidal Rámentol, 2018).
La formación con el ejemplo
Por supuesto, para formar a las personas en las virtudes se requiere de constancia y del ejercicio de la libertad y la conciencia. Por ejemplo, si queremos que un niño diga siempre la verdad, tendremos que comenzar nosotros a evitar las mentiras, de esa manera tendremos la calidad moral para corregirlo cuando incurra en una falta. Igualmente, si queremos que aprendan a ser responsables, tendremos que ayudarlos a hacer sus tareas, apoyados con nuestras acciones.
No podemos exigir a los niños algo que nosotros no estemos dispuestos a realizar, tenemos que aprender a ser coherentes entre nuestro decir y nuestro actuar. Recuerdo el caso de un hombre que trabajaba para una institución pública, en la que se trataban problemas de violencia intrafamiliar. Era un gran defensor de los infantes y parecía que había nacido para ese oficio. Sin embargo, en su casa, se comportaba como uno de los hombres con los que se enfrentaba a diario, maltratando a sus hijos y esposa. Por supuesto, a los hijos les ha costado mucho encaminar sus vidas, intentando perdonar a su padre.
Es muy bonito dedicar discursos enteros, destacando con vehemencia lo que deberíamos hacer, pero las palabras son huecas y se olvidan pronto. Lo que realmente es esencial es poner manos a la obra porque rescatar los valores es fundamental para ver un verdadero cambio en nuestra realidad, y si no comenzamos ya, no nos quejemos después de las consecuencias.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de octubre de 2021 No. 1373