Reseña de un artículo del padre Juan Manuel Galaviz Herrera, SSP |

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En esta ocasión el padre Juan Manuel Galaviz analiza un texto de Ignacio Manuel Altamirano, La Navidad en las montañas, uno de los elogiados, porque a la excelencia de su prosa poética aúna el mérito de la brevedad; fue publicada por primera vez en 1871, en plena época de la Reforma, dato que es oportuno señalar para que mejor comprendamos las intenciones del autor al escribir este relato.

Argumento del relato

La tarde del 24 de diciembre un capitán y un soldado cabalgan por las montañas. Les han dicho que al término de esa jornada podrán pasar la noche en un pueblecito de montañeses pobres y hospitalarios. A medio camino alcanzan al cura del pueblo y a su sacristán, quienes regresan de auxiliar a un enfermo y se dirigen al poblado para celebrar la Nochebuena.

El encuentro del capitán liberal con el cura del pueblo es una verdadera revelación para el primero, que descubre en las convicciones y en los hechos de ese sacerdote la clave de lo que podría ser la más segura y progresista reforma para México. El cura, en efecto, es una persona bienhechora que, aplicando toda su inteligencia y su voluntad de servicio, ha logrado transformar el pueblo en todos los sentidos: moral y económico, intelectual y religioso.

Todo lo ha hecho con el máximo desinterés, renunciando incluso a cualquier emolumento o trato de distinción. Esto lo constata el capitán cuando llegan al pueblo. Allí tiene lugar la más emotiva y pintoresca celebración de la Nochebuena.

El protagonista

Aunque Altamirano pone la narración en primera persona y en boca del capitán, el verdadero protagonista es el sacerdote. Podemos enlistar los rasgos más característicos de esta figura que, desde los tiempos de la Reforma, un escritor liberal nos propone como modelo de cura convencido.

Espíritu evangélico. Desde el principio advertimos sus modales corteses y la esmerada educación que demuestra haber recibido. Captamos, sobre todo, que la fuente de energía de su ministerio es el genuino espíritu evangélico.

Tenor de vida modesto. Pobre en el mejor sentido de la palabra. Sin caer en extravagancias, manifiesta pobreza en su tenor de vida; su casa, su vestir y hasta los ornamentos de su capilla son modestos. Con todo, en su semblante persiste un dejo de noble melancolía por encima de su sonrisa afable y de la tranquilidad de su acento “hecho para conmover y para convencer”. Sin proponérselo, el escritor guerrerense plantea indirectamente uno de los más íntimos pero reales problemas del sacerdote comprometido: la soledad.

Servicio al hombre completo   “Yo comprendo así mi cristiana misión –le oímos a este sacerdote–: debo procurar el bien de mis semejantes por todos los medios honrados; a ese fin debo invocar la religión de Jesús como causa, para tener la civilización y la virtud como resultado preciso; el Evangelio no sólo es la Buena Nueva desde el sentido de la conciencia religiosa y moral, sino también desde el punto de vista del bienestar social (p. 103).

Ministerio gratuito. Es uno de los rasgos más interesantes que encontramos en este cura. Como en otro tiempo San Pablo, este ministro reconoce: “vivo feliz cuanto puede serlo un hombre en medio de gentes que me aman como a un hermano”, y añade: “tengo la conciencia de no serles gravoso, porque vivo de mi trabajo, no como cura, sino como cultivador y artesano; tengo poquísimas necesidades y Dios provee a ellas con lo que me producen mis afanes. Sin embargo, sería ingrato si no reconociese el favor que me hacen mis feligreses en auxiliar mi pobreza con donativos de semillas y de otros efectos que, sin embargo, procuro que ni sean frecuentes ni costosos, para no causarles con ello un gravamen que justamente he querido evitar suprimiendo las obvenciones parroquiales, usadas generalmente”.

“–¿De manera –le pregunta el capitán– que usted no recibe dinero por bautizos, casamientos, misas y entierros?

“–No, señor –responde–; no recibo nada, como va usted a saberlo de boca de los mismo habitantes […].

Convivencia fraterna. “Los chicos, luego que vieron al cura, vinieron a saludarlo alegremente, y después corrieron al centro del pueblecillo gritando: –¡El hermano cura!, ¡el hermano cura!”

Con este y otros pasajes, Altamirano trató de sugerir, no precisamente un cambio en la denominación del párroco, sino en su actitud. Como a otros reformistas, le resultaba demasiado evidente que el clero había conquistado una posición social de privilegio y que eso entorpecía la misión de servicio evangélico propia del sacerdote.  El cura de Altamirano está lejos de condescender a supuestos privilegios. Más bien se empeña en traducir toda su vida en términos de servicio.

La tesis

Dije desde el principio que en La Navidad en las montañas se quiere demostrar que en la lucha por el progreso del País, la labor más importante es la que se espera del sacerdote, tarea cuyo cumplimiento exige preparación,  fidelidad y compromiso.

Terminemos con dos párrafos de La Navidad en las montañas, oportunos porque resumen bien la tesis de Altamirano:

“Pero en la iglesia de aquel pueblecillo afortunado, y en presencia de aquel cura virtuoso y esclarecido, comprendí de súbito que lo que yo había creído difícil, largo y peligroso, no era sino fácil, breve y seguro, siempre que un clero ilustrado y que comprendiese los verdaderos intereses cristianos, viniese en ayuda del gobernante.

“He aquí a un sacerdote que había realizado en tres años lo que la autoridad civil sola no podrá realizar en medio siglo pacíficamente”.

 

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