Por Julián López Amozorrutia, rector del Seminario Conciliar de la Arquidiócesis de México |

La Exhortación Evangelii Gaudium del Papa Francisco retoma una de las líneas pastorales dominantes en América Latina: la comprensión de la identidad eclesial en clave misionera.

Durante muchos años, el concepto de «misión» se reservó a la acción por la que la fe se transmite a comunidades lejanas que no han tenido contacto con el Evangelio. Las iglesias latinoamericanas entendieron desde hace varios lustros que era necesario plantear un estado permanente de misión, que considerara sus destinatarios o interlocutores a las mismas culturas locales. Aunque no en todas partes logró hacerse realidad este ideal, surgieron muy numerosas propuestas con esta orientación, y se establecieron programas que procuraban implantarlo.

Una notable maduración de esta opción eclesial se tuvo en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil, de la que, como es sabido, el cardenal Bergoglio fue protagonista. Ahí se explicitaba que «esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorecen la transmisión de la fe» (Documento de Aparecida, n. 365).

El documento papal tiene la misma fuerza incisiva: «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación» (Evangelii Gaudium, n.27). Él mismo se ha esforzado por ser consecuente con ello, a través de su propio testimonio y en las decisiones que está tomando por el bien de la Iglesia.

No se trata, sin embargo, de una transformación ciega o caprichosa, o que se adapta a toda costa a las exigencias de la cultura. De hecho, el Papa es sumamente sensible a lo que llama la «mundanización» de la Iglesia. Su identidad brota siempre de Cristo, también en el impulso misionero. «La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión ‘esencialmente se configura como comunión misionera’. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie» (n.23, citando la Christifideles laici de Juan Pablo II, en su n. 32). Su movimiento cobra sentido sólo a partir del seguimiento de Cristo, como lo enseñó Benedicto XVI en Aparecida: «La misión de la Iglesia subsiste solamente en cuanto prolongación de la de Cristo… La Iglesia se siente discípula y misionera de este Amor: misionera sólo en cuanto discípula» (Homilía del 13 de mayo de 2007).

El verbo que determina la misión es «salir». La alegría de constatar que el Evangelio es anunciado y da frutos «siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá» (Evangelii Gaudium, n. 21).

El Papa Francisco subraya que este tema es absolutamente prioritario. Señala con realismo: «No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes» (n. 25).

Por ello invita: «Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades…» (n.49).

Publicado en el blog Octavo Día, de El Universal (www. eluniversal.com.mx), el 31 de enerode 2014. 

Reproducido con autorización del autor: padre Julián López Amozorrutia. 

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