Por Fernando Pascual |

Los cartujos adoptaron en sus monasterios un lema que conserva toda su fuerza: Stat crux dum volvitur orbis («la cruz permanece en pie, mientras el mundo gira»).

Las crisis económicas, las catástrofes por terremotos o huracanes, las desgracias que surgen con las guerras y la delincuencia recuerdan a cada generación una verdad que olvidamos en los tiempos de bonanza: nida en el mundo permanece, todo lo material y humano está sometido a la ley del cambio.

La cruz de Cristo, sin embargo, conserva la vitalidad y la fuerza de su mensaje para cada generación, para cada pueblo, para cada persona, para cada circunstancia de la vida.

Porque, en medio de las guerras y los crímenes, la Cruz consuela a las víctimas e invita a los verdugos al arrepentimiento.

Porque, en los periodos de sequía y de hambre, la Cruz mueve los corazones para que sepan compartir sus alimentos (pocos o muchos) con quienes viven en medio de la miseria.

Porque, en los momentos de bendiciones y de paz, la Cruz invita a no apegarnos a lo pasajero y a usar del dinero y de los bienes materiales para compartirlos con los más necesitados.

Porque, en los tiempos de crisis y de bancarrota, la Cruz permite mirar hacia el cielo y reconocer que el dinero no lo es todo.

Porque, en la hora de la enfermedad y de la muerte, la Cruz consuela y acompaña al enfermo y a sus familiares y permite emprender la última travesía agarrados a un madero de esperanza, según una famosa expresión de san Agustín.

Porque, en definitiva, lo único importante en la vida humana, con sus penas y sus alegrías, sus fiestas y sus funerales, consiste en dejarse abrazar por Jesús el Nazareno, en acoger su Sangre bendita, en suplicarle el perdón de nuestras culpas, y en ofrecerle un gesto de caridad en quienes lo necesitan: los enfermos, los pobres, los ancianos, los desilusionados por los mil avatares de la vida.

El mundo gira y cambia, la Cruz sigue en pie.

 

 

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